La Transfiguración

Mt 17,1–13    Lc 9,28–36

2Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo, a ellos solos aparte, a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3Sus vestidos se volvieron deslumbrantes y muy blancos; tanto, que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos. 4Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5Pedro, tomando la palabra, le dice a Jesús:

—Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

6Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. 7Entonces se formó una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:

—Éste es mi Hijo, el amado: escúchenle.

8Y luego, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie: sólo a Jesús con ellos.

9Mientras bajaban del monte les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. 10Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos. 11Y le hacían esta pregunta:

—¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?

12Él les respondió:

—Elías vendrá primero y restablecerá todas las cosas. Pero ¿cómo es que está escrito del Hijo del Hombre que padecerá mucho y será despreciado? 13Sin embargo, yo les digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que querían, según está escrito de él.

Curación del muchacho lunático

Mt 17,14–20    Lc 9,37–43

14Al llegar junto a los discípulos vieron una gran muchedumbre que les rodeaba, y unos escribas que discutían con ellos. 15Nada más verle, todo el pueblo se quedó sorprendido, y acudían corriendo a saludarle. 16Y él les preguntó:

—¿Qué estaban discutiendo entre ustedes?

17A lo que respondió uno de la muchedumbre:

—Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; 18y en cualquier sitio que se apodera de él, lo tira al suelo, le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y lo deja rígido. Pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

19Él les contestó:

—¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo.

20Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo retorcerse al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espumarajos. 21Entonces preguntó al padre:

—¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?

Le contestó:

—Desde muy pequeño; 22y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él. Pero si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.

23Y Jesús le dijo:

—¡Si puedes…! ¡Todo es posible para el que cree!

24Enseguida el padre del niño exclamó:

—¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!

25Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu impuro diciéndole:

—¡Espíritu mudo y sordo: yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él!

26Y gritando y agitándole violentamente salió. Y quedó como muerto, de manera que muchos decían:

—Ha muerto.

27Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie.

28Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas:

—¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?

29—Esta raza —les dijo— no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración.

Segundo anuncio de la Pasión

Mt 17,22–27    Lc 9,43–45

30Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, 31porque iba instruyendo a sus discípulos. Y les decía:

—El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días.

32Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle.

Humildad y caridad de los discípulos. El escándalo

Mt 18,1–14    Lc 9,46–50    17,1–2

33Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó:

—¿De qué hablaban por el camino?

34Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. 35Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo:

—Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos.

36Y acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

37—El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.

38Juan le dijo:

—Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros.

39Jesús contestó:

—No se lo prohíban, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: 40el que no está contra nosotros, con nosotros está. 41Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque son de Cristo, en verdad les digo que no perderá su recompensa.

42»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y fuera arrojado al mar. 43Y si tu mano te escandaliza, córtatela. Más te vale entrar manco en la Vida que con las dos manos acabar en el infierno, en el fuego inextinguible. (44) 45Y si tu pie te escandaliza, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la Vida que con los dos pies ser arrojado al infierno. (46)47Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al infierno, 48donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. 49Porque todos serán salados con fuego. 50La sal es buena; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonarán? Tengan en ustedes sal y tengan paz unos con otros.

VII. HACIA JUDEA Y JERUSALÉN

Indisolubilidad del matrimonio

Mt 19,1–12

10Mc1Saliendo de allí llegó a la región de Judea, al otro lado del Jordán, y de nuevo se congregó ante él la multitud. Y, como era también su costumbre, se puso a enseñarles. 2Se acercaron entonces unos fariseos que le preguntaban, para tentarle, si le es lícito al marido repudiar a su mujer. 3Él les respondió:

—¿Qué les mandó Moisés?

4—Moisés permitió darle escrito el libelo de repudio y despedirla —dijeron ellos.

5Pero Jesús les dijo:

—Por la dureza de su corazón les escribió este precepto. 6Pero en el principio de la creación los hizo hombre y mujer. 7Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, 8y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. 9Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

10Una vez en la casa, sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto.

11Y les dijo:

—Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; 12y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Jesús bendice a los niños

Mt 19,13–15    Lc 18,15–17

13Le presentaban unos niños para que los tomara en sus brazos; pero los discípulos les reñían. 14Al verlo Jesús se enfadó y les dijo:

—Dejen que los niños vengan conmigo, y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. 15En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16Y abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos.

El joven rico. Pobreza y entrega cristianas

Mt 19,16–30    Lc 18,18–30

17Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó:

—Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

18Jesús le dijo:

—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno solo: Dios. 19Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.

20—Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia —respondió él.

21Y Jesús fijó en él su mirada y quedó prendado de él. Y le dijo:

—Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.

22Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, porque tenía muchas posesiones.

23Jesús, mirando a su alrededor, les dijo a sus discípulos:

—¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!

24Los discípulos se quedaron impresionados por sus palabras. Y hablándoles de nuevo, dijo:

—Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! 25Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

26Y ellos se quedaron aún más asombrados diciéndose unos a otros:

—Entonces, ¿quién puede salvarse?

27Jesús, con la mirada fija en ellos, les dijo:

—Para los hombres es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible.

28Comenzó Pedro a decirle:

—Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

29Jesús respondió:

—En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, 30que no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. 31Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.

Tercer anuncio de la Pasión

Mt 20,17–19    Lc 18,31–34

32Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y ellos estaban sorprendidos: los que le seguían tenían miedo. Tomó de nuevo consigo a los doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder:

33—Miren, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; 34se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero después de tres días resucitará.

Petición de los hijos de Zebedeo

Mt 20,20–28

35Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole:

—Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.

36Él les dijo:

—¿Qué quieren que les haga?

37Y ellos le contestaron:

—Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

38Y Jesús les dijo:

—No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado?

39—Podemos —le dijeron ellos.

Jesús les dijo:

—Beberán el cáliz que yo bebo y recibirán el bautismo con que yo soy bautizado; 40pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.

41Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. 42Entonces Jesús los llamó y les dijo:

—Saben que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos las avasallan. 43No tiene que ser así entre ustedes; al contrario: quien quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor; 44y quien entre ustedes quiera ser el primero, que sea esclavo de todos: 45porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos.

Curación del ciego Bartimeo

Mt 20,29–34    Lc 18,35–43

46Llegan a Jericó. Y cuando salía él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna. 47Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos:

—¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

48Y muchos le reprendían para que se callara. Pero él gritaba mucho más:

—¡Hijo de David, ten piedad de mí!

49Se paró Jesús y dijo:

—Llámenle.

Llamaron al ciego diciéndole:

—¡Ánimo!, levántate, te llama.

50Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51Jesús le preguntó:

—¿Qué quieres que te haga?

—Rabboni, que vea —le respondió el ciego.

52Entonces Jesús le dijo:

—Anda, tu fe te ha salvado.

Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino.

TERCERA PARTE:
MINISTERIO EN JERUSALÉN

VIII. PURIFICACIÓN DEL TEMPLO Y CONTROVERSIAS

Entrada del Mesías en la Ciudad Santa

Mt 21,1–11    Lc 19,28–40    Jn 12,12–19

11Mc1Al acercarse a Jerusalén, a Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 2y les dijo:

—Vayan a la aldea que tienen enfrente y nada más entrar en ella encontrarán un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desátenlo y tráiganlo. 3Y si alguien les dice: «¿Por qué hacen eso?», respóndanle: «El Señor lo necesita y enseguida lo devolverá aquí».

4Se marcharon y encontraron un borrico atado junto a una puerta, fuera, en un cruce de caminos, y lo desataron. 5Algunos de los que estaban allí les decían:

—¿Qué hacen desatando el borrico?

6Ellos les respondieron como Jesús les había dicho, y se lo permitieron. 7Entonces llevaron el borrico a Jesús, echaron encima sus mantos, y se montó sobre él. 8Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. 9Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban:

¡Hosanna!

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

10¡Bendito el Reino que viene,

el de nuestro padre David!

¡Hosanna en las alturas!

11Y entró en Jerusalén en el Templo; y después de observar todo atentamente, como ya era hora tardía, salió para Betania con los doce.

Maldición de la higuera y expulsión de los mercaderes del Templo

Mt 21,12–22    Lc 19,45–48    Jn 2,13–25

12Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. 13Viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, pero cuando llegó no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. 14Y la increpó:

—Que nunca jamás coma nadie fruto de ti.

Y sus discípulos lo estaban escuchando.

15Llegaron a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. 16Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. 17Y les enseñaba diciendo:

—¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Ustedes, en cambio, la han convertido en una cueva de ladrones.

18Lo oyeron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y buscaban el modo de acabar con él pues le temían, ya que toda la muchedumbre quedaba admirada de su enseñanza.

19Y al atardecer salieron de la ciudad.

20Por la mañana, al pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz. 21Y acordándose Pedro, le dijo:

—Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

22Jesús les contestó:

—Tengan fe en Dios. 23En verdad les digo que cualquiera que diga a este monte: «Arráncate y échate al mar», sin dudar en su corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. 24Por tanto les digo: todo cuanto pidan en la oración, crean que ya lo recibieron y se les concederá. 25Y cuando se pongan de pie para orar, perdonen si tienen algo contra alguno, a fin de que también su Padre que está en los cielos les perdone sus pecados. (26)

Potestad de Jesús

Mt 21,23–27    Lc 20,1–8

27Llegaron de nuevo a Jerusalén. Y mientras paseaba por el Templo, se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, 28y le dijeron:

—¿Con qué potestad haces estas cosas? ¿O quién te ha dado tal potestad para hacerlas?

29Jesús les contestó:

—Les voy a hacer una pregunta. Respóndanme, y les diré con qué potestad hago estas cosas: 30el bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Respóndanme.

31Y deliberaban entre sí: «Si decimos que del cielo, replicará: “¿Por qué, pues, no le creyeron?” 32Pero ¿vamos a decir que de los hombres?» Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. 33Y respondieron a Jesús:

—No lo sabemos.

Entonces Jesús les dijo:

—Pues tampoco yo les digo con qué potestad hago estas cosas.

Parábola de los viñadores homicidas

Mt 21,33–46    Lc 20,9–19

12Mc1Y comenzó a hablarles con parábolas:

—Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, excavó un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos de allí. 2A su debido momento envió un siervo a los labradores, para recibir de éstos los frutos de la viña. 3Pero ellos, lo agarraron, lo golpearon y lo despacharon con las manos vacías. 4De nuevo les envió otro siervo, y a éste le hirieron en la cabeza y lo ultrajaron. 5Y envió otro y lo mataron; y a otros muchos, de los cuales a unos los herían y a otros los mataban. 6Todavía le quedaba uno, su hijo amado; y lo envió por último a ellos, pensando: «A mi hijo lo respetarán». 7Pero aquellos labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Vamos, lo mataremos y será nuestra la heredad». 8Y lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. 9¿Qué hará, pues, el amo de la viña? Vendrá, exterminará a los labradores y entregará la viña a otros. 10¿No han leído esta escritura:

La piedra que rechazaron los constructores,

ésta ha llegado a ser piedra angular.

11Es el Señor quien ha hecho esto,

y es admirable a nuestros ojos?

12Entonces querían prenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud: comprendieron que había dicho aquella parábola por ellos. Y dejándole, se fueron.

El tributo al César

Mt 22,15–22    Lc 20,20–26

13Le enviaron a algunos de los fariseos y de los herodianos para atraparle en alguna palabra. 14Acercándose, le dijeron:

—Maestro, sabemos que eres veraz y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas, sino que enseñas el camino de Dios según la verdad. ¿Es lícito dar tributo al César, o no? ¿Pagamos o no pagamos?

15Pero él, advirtiendo su hipocresía, les dijo:

—¿Por qué me tientan? Tráiganme un denario para que lo vea.

16Ellos se lo trajeron.

Y les dijo:

—¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

—Del César —le contestaron ellos.

17Jesús les dijo:

—Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Y se admiraban de él.

La resurrección de los muertos

Mt 22,23–33    Lc 20,27–40

18Después se le acercan unos saduceos —que niegan la resurrección— y comenzaron a preguntarle:

19—Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si muere el hermano de alguien y deja mujer pero no deja hijos, su hermano la tomará por mujer y dará descendencia a su hermano. 20Eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin dejar descendencia. 21Lo mismo el segundo: la tomó por mujer y murió sin dejar descendencia. De igual manera el tercero. 22Los siete no dejaron descendencia. Después de todos murió también la mujer. 23En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será esposa?, porque los siete la tuvieron por esposa.

24Y Jesús les contestó:

—¿No están equivocados precisamente por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? 25Cuando resuciten de entre los muertos, no se casarán ni ellas ni ellos, sino que serán como los ángeles en el cielo. 26Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, cómo le habló Dios diciendo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? 27No es Dios de muertos, sino de vivos. Están muy equivocados.

El primer mandamiento

Mt 22,34–40    Lc 10,25–28

28Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó:

—¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

29Jesús respondió:

—El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; 30y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 31El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

32Y le dijo el escriba:

—¡Bien, Maestro! Con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; 33y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

34Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo:

—No estás lejos del Reino de Dios.

Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.

Divinidad del Mesías

Mt 22,41–46    Lc 20,41–44

35Y tomando Jesús la palabra, decía enseñando en el Templo:

—¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? 36El mismo David, movido por el Espíritu Santo, ha dicho:

Dijo el Señor a mi Señor:

«Siéntate a mi derecha,

hasta que ponga a tus enemigos

bajo tus pies».

37»El mismo David le llama «Señor». Entonces, ¿cómo va a ser hijo suyo?

Y una inmensa muchedumbre le escuchaba con gusto.

Censuras a los escribas

Mt 23,1–12    Lc 20,45–47

38Y en su enseñanza, decía:

—Cuidado con los escribas, a los que les gusta pasear vestidos con largas túnicas y que los saluden en las plazas; 39los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes. 40Devoran las casas de las viudas y fingen largas oraciones. Éstos recibirán una condena más severa.

La ofrenda de la viuda

Lc 21,1–4

41Sentado Jesús frente al gazofilacio, miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. 42Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas pequeñas, que hacen la cuarta parte del as. 43Llamando a sus discípulos, les dijo:

—En verdad les digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el gazofilacio, 44pues todos han echado algo de lo que les sobra; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento.

IX. DISCURSO ESCATOLÓGICO

Anuncio de la destrucción del Templo

Mt 24,1–2    Lc 21,5–6

13Mc1Al salir del Templo le dice uno de sus discípulos:

—Maestro, mira qué piedras y qué edificios.

2Jesús le responde:

—¿Ves estas grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida.

Comienzo de las tribulaciones. Persecuciones por causa del Evangelio

Mt 10,16–22    24,3–14    Lc 21,7–19

3Y estando sentado Jesús en el Monte de los Olivos, enfrente del Templo, le preguntaron a solas Pedro, Santiago, Juan y Andrés:

4—Dinos cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de llegar a su fin.

5Entonces comenzó Jesús a decirles:

—Miren que no los engañe nadie. 6Vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy»; y a muchos los seducirán. 7Cuando oigan hablar de guerras y de rumores de guerras, no se inquieten; porque es necesario que ocurra, pero todavía no es el fin. 8Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre. Esto será el comienzo de los dolores.

9»Ustedes estén alerta: los entregarán a los tribunales, y serán azotados en las sinagogas, y comparecerán por causa mía ante los gobernadores y reyes, para que den testimonio ante ellos. 10Pero es necesario que antes sea predicado el Evangelio a todos los pueblos. 11Y cuando los conduzcan para entregarlos, no se preocupen por lo que deben decir; más bien tienen que decir lo que en aquel momento se les comunique. Pues no son ustedes los que van a hablar, sino el Espíritu Santo. 12Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerlos morir. 13Y los odiarán todos a causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

La gran tribulación

Mt 24,15–28    Lc 21,20–24

14»Cuando vean la abominación de la desolación erigida donde no debe —quien lea, entienda—, entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; 15quien esté en el terrado, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; 16y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto. 17¡Ay de las que estén encinta y de las que estén criando esos días! 18Rueguen para que no ocurra en invierno: 19habrá en aquellos días una tribulación, como no la hubo igual desde el principio de la creación que hizo Dios hasta ahora, ni la habrá. 20Y de no acortar el Señor esos días, no se salvaría nadie; sin embargo, ha acortado los días en atención a los elegidos, que él se eligió.

21»Entonces, si alguien les dijese: «Mira, aquí está el Cristo», o «mira, allí está», no se lo crean. 22Surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuera posible, a los elegidos. 23Ustedes estén alerta; todo se los he predicho.

La venida del Hijo del Hombre

Mt 24,29–31    Lc 21,25–28

24»Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, 25y las estrellas caerán del cielo, y las potestades de los cielos se conmoverán. 26Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. 27Y entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.

Certeza del fin: la lección de la higuera

Mt 24,32–35    Lc 21,29–33

28»Aprendan de la higuera esta parábola: cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las hojas, saben que está cerca el verano. 29Así también ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que es inminente, que está a las puertas. 30En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. 31El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Tiempo de la segunda venida de Cristo

Mt 24,36–41

32»Pero nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre. 33Estén atentos, velen: porque no saben cuándo será el momento. 34Es como un hombre que al marcharse de su tierra, y al dejar su casa y dar atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, ordenó también al portero que velase. 35Por eso: velen, porque no saben a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; 36no sea que, viniendo de repente, los encuentre dormidos. 37Lo que a ustedes les digo, a todos lo digo: ¡velen!

X. PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS

Conspiración de los sacerdotes y escribas

Mt 26,3–5    Lc 22,1–2    Jn 1,45–57

14Mc1Dos días después era la Pascua y los Ácimos. Y los príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo apoderarse de él con engaño y darle muerte, 2pues decían:

—Que no sea durante la fiesta, para que no se produzca un alboroto del pueblo.

Unción en Betania y traición de Judas

Mt 26,6–16    Lc 22,3–6    Jn 12,1–11

3Se encontraba en Betania en la casa de Simón el leproso, y, mientras estaba recostado a la mesa, vino una mujer que llevaba un frasco de alabastro con perfume de nardo puro, de mucho precio. Y rompiendo el frasco, se lo derramó por la cabeza. 4Algunos de los que estaban allí, indignados, se decían:

—¿Para qué se ha hecho este despilfarro de perfume? 5Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y darlo a los pobres —y la reprendían.

6Pero Jesús dijo:

—Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo, 7porque a los pobres los tienen siempre con ustedes, y pueden hacerles bien cuando quieran, pero a mí no siempre me tienen. 8Ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. 9En verdad les digo: dondequiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya.

10Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los príncipes de los sacerdotes para entregárselo. 11Éstos, al oírle, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él buscaba cómo podría entregárselo en una ocasión propicia.

Preparación de la Última Cena y anuncio de la traición de Judas

Mt 26,17–25    Lc 22,7–13    Jn 13,21–32

12El primer día de los Ácimos, cuando sacrificaban el cordero pascual, le dicen sus discípulos:

—¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

13Entonces envía dos de sus discípulos y les dice:

—Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganle, 14y allí donde entre díganle al dueño de la casa: «El Maestro dice: “¿Dónde tengo la sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?”» 15Y él les mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta. Prepárennosla allí.

16Y marcharon los discípulos, llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les había dicho, y prepararon la Pascua.

17Al anochecer, llega con los doce. 18Y cuando estaban recostados a la mesa cenando, Jesús dijo:

—En verdad les digo que uno de ustedes me va a entregar: el que come conmigo.

19Comenzaron a entristecerse, y a decirle cada uno:

—¿Acaso soy yo?

20Pero él les dijo:

—Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. 21Ciertamente que el Hijo del Hombre se va, según está escrito sobre él; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.

Institución de la Sagrada Eucaristía

Mt 26,26–29    Lc 22,14–20    1 Co 11,23–26

22Mientras cenaban, tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a ellos y dijo:

—Tomen, esto es mi cuerpo.

23Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de él. 24Y les dijo:

—Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos. 25En verdad les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios.

Predicción del abandono de sus discípulos

Mt 26,30–35    Lc 22,31–34    Jn 13,36–38

26Después de recitar el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos. 27Y les dijo Jesús:

—Todos se escandalizarán, porque está escrito:

Heriré al pastor

y se dispersarán las ovejas.

28»Pero, después de que haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea.

29Pedro le dijo:

—Aunque todos se escandalicen, yo no.

30Jesús le responde:

—En verdad te digo que tú hoy, esta misma noche, antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres.

31Pero él insistió:

—Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.

Lo mismo decían todos.

Oración y agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní

Mt 26,36–46    Lc 22,39–46

32Llegan a un lugar llamado Getsemaní. Y les dice a sus discípulos:

—Siéntense aquí, mientras hago oración.

33Y se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a afligirse y a sentir angustia. 34Y les dice:

—Mi alma está triste hasta la muerte. Quédense aquí y velen.

35Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, se alejase de él aquella hora. 36Decía:

—¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.

37Vuelve y los encuentra dormidos, y le dice a Pedro:

—Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora? 38Velen y oren para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil.

39De nuevo se apartó y oró diciendo las mismas palabras.

40Al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. 41Vuelve por tercera vez y les dice:

—¿Aún pueden dormir y descansar…? Se acabó; llegó la hora. Miren que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42Levántense, vamos; ya llega el que me va a entregar.

Prendimiento de Jesús

Mt 26,47–56    Lc 22,47–53    Jn 18,1–12

43Todavía estaba hablando, cuando de repente llegó Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente con espadas y palos, enviados por los príncipes de los sacerdotes, por los escribas y por los ancianos. 44El que lo entregó les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; préndanlo y llévenlo bien custodiado». 45Y nada más llegar se acercó y le dijo:

—Rabbí —y le besó.

46Entonces le echaron mano y lo apresaron.

47Pero uno de los que le rodeaban, desenvainando la espada, hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja. 48En respuesta Jesús les dijo:

—¿Como contra un ladrón han salido con espadas y palos a prenderme? 49Todos los días estaba entre ustedes en el Templo enseñando, y no me prendieron. Pero que se cumplan las Escrituras.

50Entonces, lo abandonaron y huyeron todos. 51Y un joven, que se cubría el cuerpo tan sólo con una sábana, le seguía. Y lo agarraron. 52Pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo.

Interrogatorio ante los príncipes de los sacerdotes

Mt 26,57–68    Lc 22,66–71    Jn 18,13–24

53Condujeron a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y los escribas. 54Pedro le siguió desde lejos hasta el interior del palacio del sumo sacerdote y se sentó con los sirvientes para calentarse junto a la lumbre.

55Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban contra Jesús un testimonio para darle muerte, y no lo encontraban. 56Porque muchos atestiguaban en falso contra él, pero los testimonios no coincidían. 57Y levantándose algunos atestiguaban en falso contra él, diciendo:

58—Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este Templo, hecho por mano de hombre, y en tres días edificaré otro no hecho por mano de hombre».

59Y ni aun así coincidía su testimonio. 60Entonces el sumo sacerdote se puso de pie en el centro y le preguntó a Jesús:

—¿No respondes nada a lo que éstos testifican contra ti?

61Pero él permanecía en silencio y nada respondió. De nuevo el sumo sacerdote le pregunta. Y le dice:

—¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?

62—Yo soy —respondió Jesús—, y verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.

63El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dijo:

—¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 64Acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?

Todos ellos sentenciaron que era reo de muerte.

65Y algunos empezaron a escupirle, a taparle la cara, a golpearle y a decirle:

—Profetiza —y los criados le recibieron a bofetadas.

Las negaciones de San Pedro

Mt 26,69–75    Lc 22,54–62    Jn 18,15–18.25-27

66Cuando Pedro se encontraba abajo en el atrio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote 67y, al ver a Pedro que se estaba calentando, le miró y le dijo:

—Tú también estabas con Jesús, ese Nazareno.

68Pero él lo negó:

—Ni lo conozco, ni sé de qué me hablas.

Y salió fuera, al vestíbulo de la casa, y cantó un gallo. 69Y al verle la criada empezó a decirles otra vez a los que estaban alrededor:

—Éste es de los suyos.

70Pero él lo volvía a negar.

Un poco después, los que estaban allí le decían a Pedro:

—Desde luego eres de ellos, porque también tú eres galileo.

71Pero él comenzó a lanzar imprecaciones y a jurar:

—¡No conozco a ese hombre del que hablan!

72Y al momento cantó un gallo por segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar.

Jesús ante Pilato

Mt 27,11–26    Lc 23,1–25    Jn 18,28–19,16

15Mc1Y de mañana, enseguida, se reunieron en consejo los príncipes de los sacerdotes con los ancianos y los escribas y todo el Sanedrín y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. 2Y le preguntó Pilato:

—¿Eres tú el Rey de los Judíos?

—Tú lo dices —le respondió él.

3Y los príncipes de los sacerdotes le acusaban de muchas cosas. 4Entonces Pilato volvió a preguntarle:

—¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan.

5Pero Jesús ya no respondió nada, de modo que Pilato estaba admirado.

6En el día de la fiesta acostumbraba a conceder la libertad de uno de los presos, el que pidieran. 7Había uno que se llamaba Barrabás, apresado con otros sediciosos, que en una revuelta habían cometido un homicidio. 8Subió la gente y comenzó a pedirle lo que les solía conceder. 9Pilato les respondió diciendo:

—¿Quieren que les suelte al Rey de los Judíos? 10—pues sabía que los príncipes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia.

11Pero los príncipes de los sacerdotes incitaron a la gente, para que mejor les soltase a Barrabás. 12Pilato de nuevo les preguntaba:

—¿Y entonces qué quieren que haga con el Rey de los Judíos?

13Ellos volvieron a gritar:

—¡Crucifícalo!

14Pilato les decía:

—¿Y qué mal ha hecho?

Pero ellos gritaban más fuerte:

—¡Crucifícalo!

15Pilato, queriendo contentar a la muchedumbre, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Coronación de espinas

Mt 27,27–31    Jn 19,1–3

16Los soldados lo condujeron dentro del patio, es decir, el pretorio, y convocaron a toda la cohorte. 17Lo vistieron de púrpura y le pusieron una corona de espinas que habían trenzado. 18Y comenzaron a saludarle:

—Salve, Rey de los Judíos.

19Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían e hincando las rodillas se postraban ante él. 20Después de reírse de él, le despojaron de la púrpura y le colocaron sus vestiduras. Entonces lo sacaron para crucificarlo.

Crucifixión y muerte de Jesús

Mt 27,32–56    Lc 23,26–49    Jn 19,17–30

21Y a uno que pasaba por allí, que venía del campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que le llevara la cruz. 22Y le condujeron al lugar del Gólgota, que significa «lugar de la Calavera». 23Y le daban a beber vino con mirra, pero él no lo aceptó.

24Y le crucificaron y se repartieron sus ropas echando suertes sobre ellas para ver qué se llevaba cada uno. 25Era la hora tercia cuando lo crucificaron. 26Y tenía escrita la inscripción con la causa de su condena: «El Rey de los Judíos». 27También crucificaron con él a dos ladrones: uno a su derecha y otro a su izquierda. (28)

29Los que pasaban le injuriaban, moviendo la cabeza y diciendo:

—¡Eh! Tú que destruyes el Templo y lo edificas de nuevo en tres días, 30sálvate a ti mismo, bajando de la cruz.

31Del mismo modo, los príncipes de los sacerdotes se burlaban entre ellos a una con los escribas y decían:

—Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse. 32Que el Cristo, el Rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos.

Incluso los que estaban crucificados con él le insultaban.

33Y cuando llegó la hora sexta, toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. 34Y a la hora nona exclamó Jesús con fuerte voz:

Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní? —que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

35Y algunos de los que estaban cerca, al oírlo, decían:

—Miren, llama a Elías.

36Uno corrió a empapar una esponja con vinagre, la sujetó a una caña y se lo daba a beber mientras decía:

—Dejen, veamos si viene Elías a bajarlo.

37Pero Jesús, dando una gran voz, expiró.

38Y el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo.

39El centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo:

—En verdad este hombre era Hijo de Dios.

40Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre las que estaban María Magdalena y María —la madre de Santiago el Menor y de José— y Salomé, 41que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Jesús es sepultado

Mt 27,57–66    Lc 23,50–56    Jn 19,31–42

42Y ya al atardecer, puesto que era la Parasceve —es decir, el día anterior al sábado—, 43vino José de Arimatea, miembro ilustre del Consejo, que también él esperaba el Reino de Dios, y con audacia llegó hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 44Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto y, llamando al centurión, le preguntó si efectivamente había muerto. 45Informado por el centurión, le dio el cuerpo muerto a José. 46Entonces éste, después de comprar una sábana, lo descolgó y lo envolvió en ella, lo depositó en un sepulcro que estaba excavado en una roca e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. 47María Magdalena y María la de José observaban dónde lo colocaban.

Resurrección de Jesús. El sepulcro vacío

Mt 28,1–10    Lc 24,1–12    Jn 20,1–10

16Mc1Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. 2Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegaron al sepulcro cuando ya estaba saliendo el sol. 3Y se decían unas a otras:

—¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?

4Y al mirar vieron que la piedra había sido removida, a pesar de que era muy grande. 5Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas. 6Él les dice:

—No se asusten; buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar donde lo colocaron. 7Pero márchense y digan a sus discípulos y a Pedro que él va delante de ustedes a Galilea: allí lo verán, como les dijo.

8Y ellas salieron y huyeron del sepulcro, pues estaban sobrecogidas de temblor y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque estaban atemorizadas.

Aparición a María Magdalena

Jn 20,11–18

9Después de resucitar al amanecer del primer día de la semana, se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. 10Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos. 11Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron.

Aparición a dos discípulos

Lc 24,13–35

12Después de esto se apareció, bajo distinta figura, a dos de ellos que iban de camino a una aldea; 13también ellos regresaron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco les creyeron.

Aparición a los Once. Misión de los Apóstoles

Mt 28,16–20    Lc 24,36–49    Jn 20,19–31

14Por último, se apareció a los once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado. 15Y les dijo:

—Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura. 16El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. 17A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, 18agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados.

Ascensión del Señor

Lc 24,50–53    Hch 1,6–11

19El Señor, Jesús, después de hablarles, se elevó al cielo y está sentado a la derecha de Dios.

Predicación de los Apóstoles

20Y ellos, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban.