COMENTARIO

 Mc 11,1-16,20 

Los seis capítulos finales del Evangelio de Marcos relatan la actividad de Jesús durante los últimos días de su vida terrena en Jerusalén. La estructura de estos capítulos es la de la Semana Santa. Por eso, la liturgia de la Iglesia revive puntualmente estos acontecimientos, desde el Domingo de Ramos hasta el gran día de la Pascua de Resurrección: «La Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la “Fiesta de las fiestas”, “Solemnidad de las solemnidades”, como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama “el gran domingo” (Ep. fest. 329), así como la Semana Santa es llamada en Oriente “la gran semana”. El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1169).

La importancia que el evangelio concede a los acontecimientos ocurridos viene señalada también por la multitud de detalles cronológicos y topográficos que recoge. El primer día (11,1-19), Jesús entra triunfalmente en Jerusalén y realiza la purificación del Templo. La pregunta de los fariseos sobre la potestad con la que hizo esa purificación (11,28) inicia las controversias con los príncipes de los sacerdotes, los escribas, los ancianos, los herodianos y los saduceos (11,27-12,40); controversias que se interrumpen para dar paso al discurso escatológico.

Junto a las controversias, el evangelista ha recogido en dos ocasiones (11,18; 12,12) la indicación de que los jefes religiosos buscaban prender a Jesús. La ocasión se presenta con Judas (14,1-2.10-11), y desde entonces el evangelio va anotando las afrentas que sufre Jesús hasta su muerte. Pero no muere por decisión de sus perseguidores, sino porque así estaba escrito (14,21). Por eso el último episodio no es la muerte sino la resurrección (14,28).

Si la primera parte del evangelio concluía con la confesión de Pedro en la que proclamaba que Jesús era «el Cristo» (8,29), esta segunda tendrá su culminación en la frase del centurión cuando confiesa que Jesús es «Hijo de Dios» (15,39). Estos eran precisamente los dos títulos de Jesús con los que Marcos abría el evangelio (cfr 1,1).

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