COMENTARIO
Con la entrada en Jerusalén, Jesús se manifiesta como el Mesías prometido (cfr Za 9,9). Pero, además, con sus gestos, deja intuir la grandeza de su ser. En efecto, las multitudes, como antes Bartimeo (10,47-48), le tienen como el Mesías descendiente de David. Jesús anticipa ahora una corrección a ese título que después hará explícita (12,35-37), llamándose a sí mismo «Señor» (v. 3) y mostrando su efectivo señorío sobre las criaturas. Sin embargo, es un señorío que no se impone por la fuerza sino que respeta la libertad del hombre: «Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 450).