COMENTARIO
En esta parábola Jesús compendia la historia de la salvación y la suya propia. Sirviéndose de la alegoría de la viña (cfr Is 5,1-7), narra los esfuerzos de Dios por hacer que el pueblo elegido diera frutos y la resistencia de los hombres, especialmente los jefes de Israel, a darlos. Parece claro, en el tenor de la parábola, que el «hijo amado» (v. 6) es el mismo Jesús (cfr 1,11; 9,7), y que los siervos enviados antes son los profetas. El hecho de que el hijo fuera arrojado fuera de la viña (v. 8) y matado, anuncia también la muerte de Jesús fuera de los muros de Jerusalén. Sin embargo, con las palabras del Salmo 118, el Señor enseña que estas acciones de los hombres no hacen sino corroborar el plan de Dios que, de esa manera, funda un nuevo pueblo cimentado en Cristo, nueva piedra angular: «El Señor Dios la consignó —no ya cercada, sino dilatada por todo el mundo— a otros colonos que den fruto a sus tiempos, con la torre de elección levantada en alto por todas partes y hermosa. Porque en todas partes resplandece la Iglesia, y en todas partes está cavado en torno al lagar, porque en todas partes hay quienes reciben el Espíritu» (S. Ireneo, Adversus haereses 4,36,2).