COMENTARIO
A lo largo del evangelio, el Señor va revelándose progresivamente y los hombres van también comprendiendo así el misterio de su identidad. San Pedro le ha confesado como Mesías (8,29), Bartimeo le ha llamado el Hijo de David misericordioso (10,47-48), y las muchedumbres le han aclamado como el enviado por el Señor (11,9). Aquí, de una manera velada, Jesús enseña que esos títulos son correctos pero incompletos: Él es el Mesías, el Hijo de David esperado, el enviado de Dios, pero lo es porque, antes que nada, es Hijo de Dios. Así lo interpretaba San Hilario de Poitiers, cuando comentaba el pasaje en relación con la anterior pregunta del escriba que «ignora el misterio de la Ley y no sabe que Cristo el Señor ha de ser confesado en la fe como un solo Señor por la naturaleza que tiene por nacimiento. (…) Y dijo esto para que el escriba, que creía que Él existía sólo según la carne y por el nacimiento de María, que era descendiente de David, se acordara de que, según el Espíritu, Él era Señor de David» (De Trinitate 9,26).