COMENTARIO
En estos versículos parece que el Señor se detiene en la caída de Jerusalén como imagen del fin de los tiempos. La «abominación de la desolación» (v. 14) es una expresión tomada del profeta Daniel (Dn 9,27) que se emplea para designar la profanación del Templo (cfr 1 M 1,54). Con esa frase el Señor resume lo terrible de la situación para los habitantes de Jerusalén (vv. 14-20) en esos días: las zozobras les parecerán insoportables. Además, anuncia la aparición de falsos mesías y falsos profetas que harán «señales y prodigios» para engañar a los elegidos (vv. 21-22). Esta gran «tribulación» (v. 19) debe ser ejemplo para los cristianos que, a lo largo de la historia, muchas veces llegarán a pensar que no pueden aguantar más. Ante estas dificultades, el Señor propone a sus discípulos dos caminos para vencer y perseverar. Les dice en primer lugar que bien sabe Él que los peligros son tan grandes que pueden hacer tambalear a cualquiera, pero Dios no permitirá que sean superiores a las fuerzas de sus elegidos (v. 22). Además, en segundo lugar, les añade que cuentan con sus advertencias; por tanto, les bastará con estar alerta, con velar (v. 23). «El Verbo nos ocultó el final de todas las cosas y de cada una en particular. (…) Al considerar que desconocemos ese final, siempre, todos los días, tenderemos y caminaremos, como convocados, hacia las cosas más importantes, y nos olvidaremos de las secundarias. ¿Quién no descuidaría el tiempo intermedio si conociera el último día? Y, al contrario, ¿quién no se prepara todos los días si desconoce el último?» (S. Atanasio, Contra Arianos 3,49).