COMENTARIO

 Mc 13,24-27 

Tras el tiempo de la Iglesia militante, viene el tiempo del Hijo del Hombre triunfante. El destino del mundo se resume en el momento glorioso en el que Jesús viene a juzgar al mundo y salvar a sus elegidos (vv. 26-27). Los sufrimientos de los cristianos son el camino que conduce a la venida gloriosa del Hijo del Hombre.

En dos ocasiones, y referidas a dos momentos distintos, habló el Señor de su venida triunfal como Hijo del Hombre. En casa de Caifás, les dijo a los presentes: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes» (14,62); aquí, en cambio, habla de un momento más remoto y dice que al final de la historia, los que vivan entonces, «verán» al Hijo del Hombre (v. 26). Por tanto, parece que las palabras de Jesús señalan dos momentos distintos: en casa de Caifás anuncia su resurrección gloriosa, que es como una señal de su posterior venida triunfante. En ambos casos, la profecía del Señor evoca al Hijo del Hombre glorioso anunciado por el profeta Daniel (Dn 7,1-28): pueden sucederse los reinados opuestos al pueblo de los santos, pero al final se rendirán ante Él y le acatarán. Por otra parte, las señales que se mencionan en los versículos anteriores (vv. 24-25) recuerdan el juicio vindicativo de Dios sobre Babilonia y Edom (Is 13,10; 34,4); Dios está preparado para juzgar, para premiar y para castigar. La significación del pasaje la resumía San Agustín cuando comentaba la venida en majestad del Hijo del Hombre: «Veo que esto se puede entender de dos maneras. Puede venir sobre la Iglesia como sobre una nube, como ahora no cesa de venir, conforme a lo que dijo: Ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la virtud viniendo sobre las nubes del cielo. Pero entonces vendrá con gran poder y majestad porque en los santos aparecerán más su poder y su majestad divinas, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran en las persecuciones. Aunque puede entenderse también como que viene en su Cuerpo, en el que está sentado a la derecha del Padre, en el que murió y resucitó» (Epistolae 199,11,41).

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