COMENTARIO
Casi desde el inicio del ministerio público del Señor algunos escribas, príncipes de los sacerdotes, etc., buscaban «cómo perderle» (3,6). Esta decisión se ha hecho más persistente en los últimos días (11,18; 12,12). Ahora deciden prenderle «con engaño» (v. 1) y encuentran un aliado en Judas, que comienza a buscar el momento oportuno para hacerlo (v. 11). El episodio no puede dejar de ser un toque de atención para nosotros: «Hoy muchos miran con horror el crimen de Judas, como cruel y sacrílego, que vendió por dinero a su Maestro y a su Dios; y, sin embargo, no se dan cuenta de que, cuando menosprecian por intereses humanos los derechos de la caridad y de la verdad, traicionan a Dios, que es la caridad y la verdad misma» (S. Beda, Homiliae 2,43).
Entre estos dos momentos se encuadra la unción de Jesús por parte de una mujer en Betania (vv. 3-9). El evangelista subraya dos cosas: la generosidad de la mujer (v. 3) y las reacciones de los demás. El gesto de la mujer forma parte de la antigua hospitalidad oriental que honraba a los huéspedes ilustres con agua perfumada. Su delicadeza y su generosidad son interpretadas por algunos como un derroche (v. 4). También Jesús interpreta el gesto de manera distinta a la mujer (v. 8). Sin embargo, afirma enseguida que aquella no se ha equivocado y, en cambio, los hombres que la juzgan sí. En las relaciones con Dios, la generosidad no se equivoca nunca; el cálculo y la tacañería se equivocan siempre: «Como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le dan; mas no se da a Sí del todo hasta que ve que nos damos del todo a Él» (Sta. Teresa de Jesús, Camino de perfección 48,4).
«Dondequiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya» (v. 9). El Evangelio es la buena noticia de la actuación maravillosa de Dios a través de las acciones y las palabras de Jesucristo; pero esa actuación comporta también el anuncio de acciones menudas, como ésta, en relación con Jesucristo: «En todas las iglesias escuchamos el elogio de esta mujer (…). El hecho no era extraordinario, ni la persona importante, ni había muchos testigos, ni el lugar era atrayente, porque no ocurrió en un teatro, sino en una casa particular (…). A pesar de todo, esta mujer tiene hoy mayor celebridad que todas las reinas y todos los reyes, y el tiempo nunca borrará el recuerdo de lo que hizo» (S. Juan Crisóstomo, Adversus Iudaeos 5,2).