COMENTARIO

 Mc 14,32-42 

En la soledad del huerto de Getsemaní, la intensidad de los sentimientos por lo que va a ocurrir invade a Jesús. El evangelista nos dice que Jesús «comenzó a afligirse y a sentir angustia» (v. 33) y que los tres discípulos, desconcertados, no consiguen vencer el sueño (vv. 37.40-41). Pero Jesús se sobrepone y acude a la oración. Marcos recoge esta invocación filial (v. 36): «¡Abbá, Padre! Todo te es posible». Jesús se dirige a Dios con el mismo nombre con que los hijos se dirigían íntimamente a sus padres. Por eso, su plegaria es un acto de abandono y de confianza: «La confianza filial se prueba en la tribulación, particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2734). Jesús reza y pide a sus discípulos que recen: orar es un medio imprescindible para superar las tentaciones y mantenernos fieles a Dios: «Si el Señor nos dijera solamente velad, pensaríamos que podíamos hacerlo todo nosotros mismos; pero, cuando añade orad, nos muestra que, si Él no cuida de nuestras almas en el tiempo de la tentación, en vano velarán quienes cuiden de ella (cfr Sal 127,1)» (S. Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 11,1).

Como los santos, también podemos imaginar, a través del texto, los sentimientos del Señor: «Una mole abrumadora de pesares empezó a ocupar el cuerpo bendito y joven del Salvador. Sentía que la prueba era ahora ya algo inminente y que estaba a punto de volcarse sobre Él: el infiel y alevoso traidor, los enemigos enconados, las cuerdas y las cadenas, las calumnias, las blasfemias, las falsas acusaciones, las espinas y los golpes, los clavos y la cruz, las torturas horribles prolongadas durante horas. Sobre todo esto le abrumaba y dolía el espanto de los discípulos, (…) incluso el fin desgraciado del hombre que pérfidamente le traicionaba. Añadía además el inefable dolor de su Madre queridísima» (Sto. Tomás Moro, La agonía de Cristo, ad loc.).

Pero no sólo debemos mirar al Señor. Hay que mirar a nuestro alrededor. Hoy, como ayer, podemos dejarle solo mientras otros se apresuran a combatirlo: «Vuelve Cristo por tercera vez adonde están sus Apóstoles, y allí los encuentra sepultados en el sueño, a pesar del mandato que les había dado de vigilar y rezar ante el peligro que se cernía. Al mismo tiempo, Judas el traidor, se mantenía bien despierto. (…) Son muchos los que se duermen en la tarea de sembrar virtudes entre la gente y mantener la verdadera doctrina, mientras que los enemigos de Cristo, con objeto de sembrar el vicio y desarraigar la fe (…), se mantienen bien despiertos» (ibidem).

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