COMENTARIO

 Mc 14,53-72 

Éste es un momento central en el segundo evangelio. Los jefes del pueblo acusan a Jesús de profetizar la destrucción del Templo y su sustitución por otro (v. 58). Aunque el cargo sea falso (cfr v. 57), la condena a muerte de Jesús conduce al sacrificio de la cruz y, por tanto, al verdadero culto en el nuevo Templo: «Lejos de haber sido hostil al Templo, donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia. Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: “Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4,21)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 586).

El episodio tiene su punto culminante en los vv. 61-62. Jesús ha callado ante las acusaciones absurdas, pero ante la pregunta inequívoca del sumo sacerdote confiesa que es el Mesías, y no sólo eso, sino que es el Mesías trascendente entrevisto por Daniel (Dn 7,13-14). Además, la expresión «Yo soy» con que contesta a Caifás puede tener una significación más profunda, pues «Yo soy» es traducción de Yhwh, el nombre propio de Dios (cfr Ex 3,14).

Después, el texto recoge con detalle las negaciones de Pedro (vv. 66-72). La tradición que ve los recuerdos del Apóstol en el origen del Evangelio de Marcos tiene en este pasaje un buen argumento. Los versículos iniciales (vv. 53-54) han presentado a los dos personajes: Jesús y Pedro. Después, el evangelista ofrece el contraste entre los dos: Jesús es acusado con falsedades, pero confiesa la verdad y por ello es condenado a muerte por el sumo sacerdote y escarnecido por los criados (vv. 55-65); a Pedro se le imputa un hecho verdadero pero niega a Jesús con la mentira y sale indemne del juicio de la criada (vv. 66-72). Se hace evidente que la grandeza de Pedro no le viene de su fortaleza sino de su contrición (v. 72; cfr Jn 21,15-19). «Lloró amargamente porque sabía amar, y bien pronto las dulzuras del amor reemplazaron en él las amarguras del dolor» (S. Agustín, Sermones 295,3). Pero el vínculo de Pedro con Cristo recogido en el segundo evangelio es más profundo: con el relato de sus debilidades, San Marcos nos recuerda que Pedro, en cuanto pecador, es también el primero que ha experimentado la salvación obrada por Jesucristo: «Dios permitió que aquel a quien había dispuesto para presidir la Iglesia tuviera miedo ante el dicho de una criada y Le negara. Sabemos con certeza que esto fue trazado por una providencia llena de piedad; para que quien había de ser pastor de toda la Iglesia, aprendiera en su culpa cómo debería él compadecerse de los otros. Por eso, primero le hizo conocerse a sí mismo, y después le puso al frente de los demás, para que con su flaqueza aprendiera cuán misericordiosamente debía soportar las debilidades de los demás» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 2,21,4).

Volver a Mc 14,53-72