COMENTARIO

 Mc 15,42-47 

Tres notas subraya el evangelio a propósito de la sepultura de Jesús. En primer lugar, la actitud de José de Arimatea, miembro del Sanedrín. En los otros evangelios se nos dice que era rico (Mt 27,57), discípulo del Señor aunque oculto (Jn 19,38), bueno y justo, y que no había participado en la condena de Jesús (Lc 23,50-51). San Marcos prefiere subrayar su audacia (v. 43) al pedir a Pilato el cuerpo del Señor: «José de Arimatea y Nicodemus visitan a Jesús ocultamente a la hora normal y a la hora de triunfo. Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo —audacter— con audacia, a la hora de la cobardía. —Aprende» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 841).

En segundo lugar, el evangelista señala la verdadera muerte de Jesús, verificada incluso por Pilato (vv. 44-45). Frente a cualquier tipo de docetismo —que negaba la verdadera Humanidad de Cristo—, los primeros cristianos afirmaban la verdadera muerte y la verdadera resurrección del Señor: «Tapaos, pues, los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús, descendiente del linaje de David, hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió como hombre, que fue perseguido verdaderamente bajo Poncio Pilato y verdaderamente también fue crucificado y murió, en presencia de los moradores del cielo, de la tierra y del abismo y que resucitó verdaderamente de entre los muertos por el poder del Padre. Este mismo Dios Padre nos resucitará también a nosotros, que amamos a Jesucristo, a semejanza del mismo Jesucristo, sin el cual no tenemos la vida verdadera» (S. Ignacio de Antioquía, Ad Traianos 8-9).

Finalmente, el texto menciona el sepulcro (vv. 46-47). Los judíos ricos solían construir los sepulcros excavados en roca en terrenos de su propiedad. Constaban de una especie de vestíbulo, que precedía al lugar de las tumbas, un pequeño habitáculo con unos bancos de piedra adosados a las paredes, sobre los cuales se depositaban los cadáveres. Además de la delicadeza de José (v. 46), el evangelista quiere subrayar que las mujeres (v. 47) observaban todo: es una manera de preparar el episodio siguiente y poner de manifiesto la identidad del crucificado con el resucitado: «El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de entre los muertos, exclamó con voz potente: “¿Quién tiene algo contra mí? ¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al condenado, Yo quien he vivificado al muerto, Yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba sepultado. ¿Quién peleará contra Mí? Yo soy —dice Cristo— el que venció la muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta lo más alto de los cielos; Yo, en efecto, que soy Cristo. Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados”» (Melitón de Sardes, De Pascha 100-103).

Volver a Mc 15,42-47