COMENTARIO

 Lc 4,16-30 

El episodio recoge el esquema del culto sinagogal de su tiempo. En el sábado, día de descanso y oración para los judíos (Ex 20,8-11), se reunían para instruirse en la Sagrada Escritura. Comenzaba la sesión recitando juntos la Shemá, resumen de los preceptos del Señor, y las dieciocho bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley —el Pentateuco— y otro de los Profetas. El presidente invitaba a alguien de los allí presentes a dirigir la palabra (cfr Hch 13,15). A veces se levantaba alguno voluntariamente para cumplir el encargo. Así debió de ocurrir en esta ocasión. Jesús busca la oportunidad de instruir al pueblo (v. 16), y lo mismo harán después los Apóstoles (cfr Hch 13,5.15.42.44; 14,1; etc.). La reunión terminaba con la bendición sacerdotal (cfr Nm 6,22ss.), recitada por el presidente o un sacerdote si lo había, a la que todos respondían: «Amén».

Jesús lee el pasaje de Isaías 61,1-2, donde el profeta anuncia la llegada del Señor que librará al pueblo de sus aflicciones. Por tanto, hay dos noticias en el pasaje: la salvación que obrará Dios con su pueblo, y el hombre elegido, ungido, por el Señor para llevarla a cabo. Jesús enseña que ambas se cumplen en Él. Por una parte, porque con sus «hechos y palabras, Cristo hace presente al Padre entre los hombres» (S. Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 3). Por otra parte, porque al decir que la profecía se cumple en Él (v. 21), enseña que el mensaje de salvación no es otra cosa que Él mismo: «Al ser Él la “Buena Nueva”, existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre el decir, el actuar y el ser» (S. Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 13).

«Por lo cual me ha ungido» (v. 18). «Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue en el Espíritu Santo» (S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses 21,2).

«El año de gracia del Señor» (v. 19). Alude al año jubilar de los judíos, establecido por la Ley (Lv 25,8ss.) cada cincuenta años, para simbolizar la época de redención y libertad que traería el Mesías. La época inaugurada por Cristo, el tiempo de la Nueva Ley, es «el año de gracia», el tiempo de la misericordia y de la redención, que se alcanzarán cumplidamente en la vida eterna. De manera semejante, la institución del Año Santo en la Iglesia Católica tiene el sentido de anuncio y recuerdo de la Redención traída por Cristo y de su plenitud en la vida futura.

Los habitantes de Nazaret que se maravillaban de Jesús (v. 22) ahora se llenan de ira ante sus palabras (v. 28). En cierta manera, se cumplen ya las palabras de Simeón en el Templo (2,34): Jesús es causa de dolor y gozo. La falta de fe de los conciudadanos del Señor les lleva a pedir a Jesús un milagro que acredite su enseñanza. Al no hacerlo Jesús, es posible que sus paisanos le consideren un falso profeta y por eso intentan despeñarlo (v. 29; cfr Dt 13,2ss.). Así se pone de manifiesto la mezquindad de aquellos hombres que no han sabido ver la verdad que tienen en sí las palabras del Señor (v. 22). Por eso el episodio nos enseña a descubrir los caminos por los que podemos entender de verdad a Jesús: sólo podremos hacerlo en la humildad y en el desinterés.

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