COMENTARIO

 Lc 4,31-37 

Ya en los albores de la predicación de Jesús dos cosas llaman la atención a quienes le oyen: sus palabras van acompañadas de obras que manifiestan su poder (v. 32), y ellas mismas tienen potestad de hacer prodigios (v. 36). Éstas son las cualidades que tiene la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pues Dios confirma su palabra con obras (Ex 19,3-6) y con su palabra crea las cosas (Gn 1,3ss.).

«El Santo de Dios» (v. 34). El Santo por excelencia es el Ungido de Dios, el Mesías. Con esa exclamación, el diablo dice la verdad, pero Jesús no acepta este testimonio del «padre de la mentira» (cfr Jn 8,44). El demonio dice alguna vez verdad para encubrir el error y sembrar la confusión. Jesús, al hacer callar al demonio, nos enseña a ser prudentes y no dejarnos engañar por verdades a medias: «Obligó a callar a los demonios y (…) no deseaba que la verdad saliera de aquellas bocas inmundas, ni darles ocasión para que pudieran introducir la malicia de su voluntad en los hombres somnolientos» (S. Atanasio, Epistula ad episcopos Aegypti et Libyae 3).

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