COMENTARIO
El episodio refleja un modo de actuar de Jesús, que continúa después en la Iglesia. La llamada de Cristo a seguirle es gratuita, y cada uno debe responder con agradecimiento (v. 29), generosidad y prontitud (v. 28; cfr 5,11): «Lo vio —comenta San Beda— más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme. Sígueme, que quiere decir: “Imítame” (…). Se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a la primera indicación imperativa del Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él veía carecer en absoluto de bienes. Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que le siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible» (Homiliae 1,22).
San Lucas es el único de los tres evangelistas sinópticos que dice explícitamente que el banquete con los publicanos fue en casa de Leví (v. 29) y que Jesús convoca a los pecadores «a la penitencia» (v. 32). De ahí que el episodio haya quedado como ejemplo de acogida al Señor y de iniciativa apostólica: «La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio, ya que Mateo, que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores. De este modo, ya en los inicios de su fe, comienza su ministerio de evangelizador que luego, llegado a la madurez en la virtud, había de desempeñar» (ibidem).