COMENTARIO

 Lc 7,36-50 

La escena refleja muy bien la divina pedagogía del Señor y está entretejida en torno a varias ideas: la divinidad de Jesús, la relación entre el perdón y el amor, el valor y las manifestaciones de la fe, etc.

Comienza el relato con la presentación de los personajes principales —Jesús, Simón, la mujer— y de la situación: una comida en casa de Simón. Tal vez el fariseo ha invitado al Señor para probarle, pero, en todo caso, no lo ha hecho con cariño, pues ha omitido las normas de cortesía (vv. 44-46). Probablemente ha oído a la gente que, tras la resurrección del hijo de la viuda de Naín, tenían a Jesús por profeta (7,16). Sin embargo, ahora parece convencerse de que no lo es (v. 39). Ciertamente, llama a Jesús maestro (v. 40), pero enseguida Jesús le muestra que es más que eso, pues conoce lo oculto: los pensamientos de Simón y las circunstancias de la mujer. Si sólo Dios conoce los corazones, es evidente que el fariseo no se debe extrañar, como otros (v. 49), de que Jesús perdone los pecados, facultad reservada a Dios.

La actitud de la mujer le sirve al Señor para explicar las relaciones entre el perdón y el amor. En la frase final del diálogo con Simón (v. 47), Jesús ofrece la clave de todo el pasaje: el amor a Dios y el perdón de los pecados están en relación mutua; el perdón suscita el amor y el amor consigue el perdón. La historia de la mujer es el ejemplo y la de Simón el contraejemplo; pues si no ha manifestado el amor a Jesús (vv. 44-46) está muy lejos de obtener el perdón, y si no sabe que necesita del perdón, está muy lejos de tener amor.

Al final, como en la escena del paralítico de Cafarnaún (vv. 48-50; cfr 5,20-24), el Señor perdona a la mujer sus pecados. Pero, para que la enseñanza sea completa, Jesús se dirige a ella diciéndole que es su fe la que le ha salvado (v. 50). Es la fe la que salva, pero el amor la manifiesta: «El Señor amó no el ungüento, sino el cariño; agradeció la fe, alabó la humildad. Y tú también, si deseas la gracia, aumenta tu amor; derrama sobre el cuerpo de Jesús tu fe en la Resurrección, el perfume de la Iglesia santa y el ungüento de la caridad fraterna» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).

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