39Les dijo también una parábola:
—¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
40»No está el discípulo por encima del maestro; todo aquel que esté bien instruido podrá ser como su maestro.
41»¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? 42¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que saque la mota que hay en tu ojo», no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.
43»Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. 44Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas del zarzal. 45El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.
46»¿Por qué me llaman: «Señor, Señor», y no hacen lo que digo? 47Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, les diré a quién se parece. 48Se parece a un hombre que, al edificar una casa, cavó muy hondo y puso los cimientos sobre la roca. Al venir una inundación, el río rompió contra aquella casa, y no pudo derribarla porque estaba bien edificada.
49»El que oye y no pone en práctica se parece a un hombre que edificó su casa sobre la tierra sin cimientos; rompió contra ella el río y enseguida se derrumbó, y fue tremenda la ruina de aquella casa.
7Lc1Cuando terminó de decir todas estas palabras al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. 2Había allí un centurión que tenía un siervo enfermo, a punto de morir, a quien estimaba mucho. 3Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su siervo. 4Ellos, al llegar donde Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo:
—Merece que hagas esto, 5porque aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido la sinagoga.
6Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle:
—Señor, no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, 7por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de ir a tu encuentro. Pero dilo de palabra y mi criado quedará sano. 8Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: «Vete», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.
9Al oír esto, Jesús se admiró de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo:
—Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande.
10Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo.
11Después, marchó a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. 12Al acercarse a la puerta de la ciudad, resultó que llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda. Y la acompañaba una gran muchedumbre de la ciudad. 13El Señor la vio y se compadeció de ella. Y le dijo:
—No llores.
14Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo:
—Muchacho, a ti te digo, levántate.
15Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar. Y se lo entregó a su madre. 16Y se llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
17Esta opinión sobre él se divulgó por toda Judea y por todas las regiones vecinas.
18Informaron a Juan sus discípulos de todas estas cosas. 19Y Juan llamó a dos de ellos, y los envió al Señor a preguntarle:
—¿Eres tú el que va a venir o esperamos a otro?
20Cuando aquellos hombres se presentaron ante él le dijeron:
—Juan el Bautista nos ha enviado a ti a preguntarte: «¿Eres tú el que va a venir o esperamos a otro?».
21En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades, de dolencias y de malos espíritus y dio la vista a muchos ciegos. 22Y les respondió:
—Vayan y anúncienle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. 23Y bienaventurado el que no se escandalice de mí.
24Cuando los enviados de Juan se marcharon, se puso a hablar de Juan a la multitud:
—¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con finos ropajes? Dense cuenta de que los que visten con lujo y viven entre placeres están en palacios de reyes. 26Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Sí, se los aseguro, y más que un profeta. 27Éste es de quien está escrito:
Mira que envío a mi mensajero delante de ti,
para que vaya preparándote el camino.
28»Les digo que entre los nacidos de mujer nadie hay mayor que Juan; pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él.
29»Y todo el pueblo —incluso los publicanos— le escuchó y reconoció la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. 30Pero los fariseos y los doctores de la Ley rechazaron el plan de Dios sobre ellos al no querer ser bautizados por él.
31»Así pues, ¿con quién voy a comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? 32Se parecen a los niños sentados en la plaza y que se gritan unos a otros aquello que dice:
«Hemos tocado para ustedes la flauta
y no han bailado;
hemos cantado lamentaciones
y no han llorado».
33»Porque viene Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y dicen: «Tiene un demonio». 34Viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: «Fíjense: un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y de pecadores».
35»Pero la sabiduría queda acreditada por todos sus hijos.
36Uno de los fariseos le rogaba que comiera con él; y entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. 37Y entonces una mujer pecadora que había en la ciudad, al enterarse de que estaba recostado a la mesa en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro con perfume, 38y por detrás se puso a sus pies llorando; y comenzó a bañarle los pies con sus lágrimas, y los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con el perfume.
39Al ver esto el fariseo que le había invitado, se decía: «Si éste fuera profeta, sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora».
40Jesús tomó la palabra y le dijo:
—Simón, tengo que decirte una cosa.
Y él contestó:
—Maestro, di.
41—Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. 42Como ellos no tenían con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?
43—Supongo que aquel a quien perdonó más —contestó Simón.
Entonces Jesús le dijo:
—Has juzgado con rectitud.
44Y vuelto hacia la mujer, le dijo a Simón:
—¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella en cambio me ha bañado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. 45No me diste el beso. Pero ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies. 46No has ungido mi cabeza con aceite. Ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. 47Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Aquel a quien menos se perdona menos ama.
48Entonces le dijo a ella:
—Tus pecados quedan perdonados.
49Y los convidados comenzaron a decir entre sí:
—¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?
50Él le dijo a la mujer:
—Tu fe te ha salvado; vete en paz.
8Lc1Sucedió, después, que él pasaba por ciudades y aldeas predicando y anunciando el Evangelio del Reino de Dios. Le acompañaban los doce 2y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; 3y Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que les asistían con sus bienes.
4Reuniéndose una gran muchedumbre que de todas las ciudades acudía a él, dijo esta parábola:
5—Salió el sembrador a sembrar su semilla; y al echar la semilla, parte cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo. 6Parte cayó sobre piedras, y cuando nació se secó por falta de humedad. 7Otra parte cayó en medio de las espinas, y habiendo crecido con ella las espinas la ahogaron. 8Y otra cayó en la tierra buena, y cuando nació dio fruto al ciento por uno.
Dicho esto, exclamó:
—El que tenga oídos para oír, que oiga.
9Entonces sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola. 10Él les dijo:
—A ustedes se les ha concedido el conocer los misterios del Reino de Dios, pero a los demás, sólo a través de parábolas,
de modo que viendo no vean
y oyendo no entiendan.
11»El sentido de la parábola es éste: la semilla es la palabra de Dios. 12Los que están junto al camino son aquellos que han oído; pero viene luego el diablo y se lleva la palabra de su corazón, no sea que creyendo se salven. 13Los que están sobre piedras son aquellos que, cuando oyen, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; éstos creen durante algún tiempo, pero a la hora de la tentación se vuelven atrás. 14Lo que cayó entre espinos son los que oyeron, pero en su caminar se ahogan a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida y no llegan a dar fruto. 15Y lo que cayó en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la perseverancia.
16»Nadie que ha encendido una lámpara la oculta con una vasija o la pone debajo de la cama, sino que la pone sobre un candelero para que los que entran vean la luz. 17Porque nada hay escondido que no acabe por saberse; ni secreto que no acabe por conocerse y hacerse público. 18Miren, pues, cómo oyen: porque al que tiene se le dará; y al que no tiene incluso lo que piensa tener se le quitará.
19Vinieron a verle su madre y sus hermanos, y no podían acercarse a él a causa de la muchedumbre. 20Y le avisaron:
—Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.
21Él, en respuesta, les dijo:
—Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen.
22Un día, subió él a una barca con sus discípulos y les dijo:
—Crucemos a la otra orilla del lago.
Y partieron. 23Mientras ellos navegaban, se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago, de modo que se llenaban de agua y corrían peligro. 24Se le acercaron para despertarle diciendo:
—¡Maestro, Maestro, que perecemos!
Puesto en pie, increpó al viento y a las olas, que cesaron; y sobrevino la calma. 25Entonces les dijo:
—¿Dónde está su fe?
Ellos, llenos de temor, se asombraron y se decían unos a otros:
—¿Quién es éste que manda a los vientos y al agua, y le obedecen?
26Navegaron hasta la región de los gerasenos, que está al otro lado, enfrente de Galilea. 27Y cuando saltó a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad endemoniado; desde hacía mucho tiempo no llevaba ropa, ni habitaba en casas sino en los sepulcros. 28Al ver a Jesús, cayó ante él gritando y dijo con gran voz:
—¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes.
29Pues Jesús mandaba al espíritu impuro que saliera de aquel hombre; porque muchas veces se apoderaba de él, y aunque lo sujetaban con cadenas y le ponían grillos para custodiarlo, rotas las ataduras, era impulsado por el demonio al desierto.
30Jesús le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
Él dijo:
—Legión —porque habían entrado en él muchos demonios.
31Y le suplicaban que no les ordenase ir al abismo.
32Había por allí una gran piara de cerdos que estaban paciendo en el monte; y le suplicaron que les permitiese entrar en ellos. Y se los permitió. 33Los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos; y la piara se lanzó corriendo por la pendiente hacia el lago y se ahogó. 34Al ver los porqueros lo ocurrido, huyeron, y lo contaron por la ciudad y por los campos. 35Salieron a ver lo que había pasado, llegaron hasta Jesús, y encontraron al hombre del que habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido y en su sano juicio, y les entró miedo. 36Los que lo habían presenciado les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. 37Y toda la gente de la región de los gerasenos le pidió que se alejara de ellos, porque estaban sobrecogidos de temor. Él subió a la barca y se volvió. 38El hombre de quien habían salido los demonios le pedía quedarse con él; pero lo despidió diciendo:
39—Vuelve a tu casa y cuenta las grandes cosas que Dios ha hecho contigo.
Y se marchó proclamando por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él.
40Al volver Jesús lo recibió la muchedumbre, porque todos estaban esperándole. 41Entonces llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y se postró a los pies de Jesús suplicándole que entrase en su casa, 42porque tenía una hija única de unos doce años que se estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretujaba. 43Y una mujer que tenía un flujo de sangre desde hacía doce años y que había gastado toda su hacienda en médicos sin que ninguno hubiese podido curarla, 44se acercó por detrás, le tocó el borde del manto y al instante cesó el flujo de sangre. 45Entonces dijo Jesús:
—¿Quién es el que me ha tocado?
Al negarlo todos, dijo Pedro:
—Maestro, la muchedumbre te aprieta y te empuja.
46Pero Jesús dijo:
—Alguien me ha tocado, porque yo me he dado cuenta de que una fuerza ha salido de mí.
47Viendo la mujer que aquello no había quedado oculto, se acercó temblando, se postró ante él y declaró delante de todo el pueblo la causa por la que lo había tocado, y cómo al instante había quedado curada. 48Él entonces le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz.
49Todavía estaba él hablando, cuando vino uno de la casa del jefe de la sinagoga diciendo:
—Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro.
50Al oírlo Jesús, le respondió:
—No temas, tan sólo ten fe y se salvará.
51Cuando llegó a la casa, no permitió que nadie entrara con él, excepto Pedro, Juan y Santiago, y el padre y la madre de la niña. 52Todos lloraban y se lamentaban por ella. Pero él dijo:
—No lloren; no ha muerto, sino que duerme.
53Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. 54Él, tomándola de la mano, dijo en voz alta:
—Niña, levántate.
55Volvió a ella su espíritu y al instante se levantó, y Jesús mandó que le dieran de comer. 56Y sus padres quedaron asombrados; pero él les ordenó que no dijeran a nadie lo que había sucedido.
9Lc1Convocó a los doce y les dio poder y potestad sobre todos los demonios, y para curar enfermedades. 2Los envió a predicar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos. 3Y les dijo:
—No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengan dos túnicas. 4En cualquier casa que entren, quédense allí hasta que de allí se vayan. 5Y si nadie los acoge, al salir de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies en testimonio contra ellos.
6Se marcharon y pasaban por las aldeas evangelizando y curando por todas partes.
7El tetrarca Herodes oyó todo lo que ocurría y estaba perplejo, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos, 8otros que Elías había aparecido, otros que había resucitado alguno de los antiguos profetas. 9Y dijo Herodes:
—A Juan lo he decapitado yo, ¿quién es, entonces, éste del que oigo tales cosas?
Y deseaba verlo.
10Cuando volvieron los apóstoles, le contaron todo lo que habían hecho; y, tomándolos consigo, se retiró aparte hacia una ciudad llamada Betsaida. 11Cuando la gente se dio cuenta, lo siguió. Y los acogió y les hablaba del Reino de Dios, y sanaba a los que tenían necesidad.
12Empezaba a declinar el día, y se acercaron los doce para decirle:
—Despide a la muchedumbre, para que se vayan a los pueblos y aldeas de alrededor, a buscar albergue y a proveerse de alimentos; porque aquí estamos en un lugar desierto.
13Él les dijo:
—Denles ustedes de comer.
Pero ellos dijeron:
—No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros y compremos comida para todo este gentío 14—había unos cinco mil hombres.
Entonces les dijo a sus discípulos:
—Háganlos sentar en grupos de cincuenta.
15Así lo hicieron, y acomodaron a todos.
16Tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo y pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se puso a dárselos a sus discípulos, para que los distribuyeran entre la muchedumbre. 17Comieron hasta que todos quedaron satisfechos. Y de los trozos que sobraron, ellos recogieron doce cestos.
18Cuando estaba haciendo oración a solas, y se encontraban con él los discípulos, les preguntó:
—¿Quién dicen las gentes que soy yo?
19Ellos respondieron:
—Juan el Bautista. Pero hay quienes dicen que Elías, y otros que ha resucitado uno de los antiguos profetas.
20Pero él les dijo:
—Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?
Respondió Pedro:
—El Cristo de Dios.
21Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie.
22Y añadió que el Hijo del Hombre debía padecer mucho y ser rechazado por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día.
23Y les decía a todos:
—Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y que me siga. 24Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará.
25»Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde? 26Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y en la de los santos ángeles. 27Les aseguro de verdad que hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean el Reino de Dios.
28Unos ocho días después de estas palabras, se llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a un monte para orar. 29Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy brillante. 30En esto, dos hombres comenzaron a hablar con él: eran Moisés y Elías 31que, aparecidos en forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirse en Jerusalén. 32Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban a su lado. 33Cuando éstos se apartaron de él, le dijo Pedro a Jesús:
—Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías —pero no sabía lo que decía.
34Mientras así hablaba, se formó una nube y los cubrió con su sombra. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. 35Y se oyó una voz desde la nube que decía:
—Éste es mi Hijo, el elegido: escúchenle.
36Cuando sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto.
37Sucedió al día siguiente que, al bajar ellos del monte, le salió al encuentro una gran muchedumbre. 38Y en medio de ella un hombre clamó diciendo:
—Maestro, te ruego que veas a mi hijo, porque es el único que tengo: 39un espíritu se apodera de él, y enseguida grita, lo hace retorcerse entre espumarajos y a duras penas se aparta de él, dejándolo maltrecho. 40Y les he rogado a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido.
41Jesús contestó:
—¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre ustedes y soportarlos? Trae aquí a tu hijo.
42Y al acercarse, el demonio lo revolcó por el suelo y lo hizo retorcerse. Entonces Jesús increpó al espíritu impuro y curó al niño, devolviéndolo a su padre. 43Todos quedaron asombrados de la grandeza de Dios.
Y estando todos admirados por cuantas cosas hacía, les dijo a sus discípulos:
44—Graben en sus oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
45Pero ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro, que no lo comprendían; y temían preguntarle sobre este asunto.
46Les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor. 47Pero Jesús, conociendo los pensamientos de sus corazones, acercó a un niño, lo puso a su lado 48y les dijo:
—El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado: pues el menor entre todos ustedes, ése es el mayor.
49Entonces dijo Juan:
—Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros.
—No se lo prohíban, pues el que no está contra ustedes con ustedes está.
51Y cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. 52Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, 53pero no lo acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. 54Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
—Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
55Pero él se volvió hacia ellos y los reprendió. 56Y se fueron a otra aldea.
57Mientras iban de camino, uno le dijo:
58Jesús le dijo:
—Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
59A otro le dijo:
—Sígueme.
Pero éste contestó:
—Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
60—Deja a los muertos enterrar a sus muertos —le respondió Jesús—; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
61Y otro dijo:
—Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa.
62Jesús le dijo:
—Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.
10Lc1Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. 2Y les decía:
—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rueguen, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. 3Vayan: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. 4No lleven bolsa ni alforja ni sandalias, y no saluden a nadie por el camino. 5En la casa en que entren digan primero: «Paz a esta casa». 6Y si allí hubiera algún hijo de la paz, descansará sobre él su paz; de lo contrario, retornará a ustedes. 7Permanezcan en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. 8Y en la ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les pongan; 9curen a los enfermos que haya en ella y díganles: «El Reino de Dios está cerca de ustedes». 10Pero en la ciudad donde entren y no los acojan, salgan a sus plazas y digan: 11«Hasta el polvo de su ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos contra ustedes; pero sepan esto: el Reino de Dios está cerca». 12Les digo que en aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que aquella ciudad.
13»¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ustedes, hace tiempo que habrían hecho penitencia sentados en saco y ceniza. 14Sin embargo, en el Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes.
15»Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta los infiernos vas a descender!
16»Quien a ustedes los oye, a mí me oye; quien a ustedes los desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.
17Volvieron los setenta y dos llenos de alegría diciendo:
—Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
18Él les dijo:
—Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. 19Miren, les he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre cualquier poder del enemigo, de manera que nada podrá hacerles daño. 20Pero no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo.
21En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:
—Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. 22Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
23Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:
—Bienaventurados los ojos que ven lo que están viendo. 24Pues les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes están viendo y no lo vieron; y oír lo que están oyendo y no lo oyeron.
25Entonces un doctor de la Ley se levantó y dijo para tentarle:
—Maestro, ¿qué puedo hacer para heredar la vida eterna?
26Él le contestó:
—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?
27Y éste le respondió:
—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.
28Y le dijo:
—Has respondido bien: haz esto y vivirás.
29Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
30Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, lo cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto. 31Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. 32Igualmente, un levita llegó cerca de aquel lugar y, al verlo, también pasó de largo. 33Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él y, al verlo, se llenó de compasión. 34Se acercó y le vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. 35Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta». 36¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores?
37Él le dijo:
—El que tuvo misericordia con él.
—Pues anda —le dijo Jesús—, y haz tú lo mismo.
38Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer que se llamaba Marta le recibió en su casa. 39Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40Pero Marta andaba afanada con numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude.
41Pero el Señor le respondió:
—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. 42Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.
11Lc1Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
—Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
2Él les respondió:
—Cuando oren, digan:
Padre,
santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino;
3sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano;
4y perdónanos nuestros pecados,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe;
y no nos pongas en tentación.
5Y les dijo:
—¿Quién de ustedes que tenga un amigo y acuda a él a medianoche y le diga: «Amigo, préstame tres panes, 6porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle», 7le responderá desde dentro: «No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos»? 8Les digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su impertinencia se levantará para darle cuanto necesite.
9»Así pues, yo les digo: pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá; 10porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
11»¿Qué padre de entre ustedes, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le da una serpiente? 12¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? 13Pues si ustedes, siendo malos, saben dar a sus hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
14Estaba expulsando un demonio que era mudo. Y cuando salió el demonio, habló el mudo y la multitud se quedó admirada; 15pero algunos de ellos dijeron:
—Expulsa los demonios por Beelzebul, el príncipe de los demonios.
16Y otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo. 17Pero él, que conocía sus pensamientos, les replicó:
—Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado y cae casa contra casa. 18Si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo se sostendrá su reino? Puesto que dicen que expulso los demonios por Beelzebul. 19Si yo expulso los demonios por Beelzebul, sus hijos ¿por quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. 20Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
21»Cuando uno que es fuerte y está bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros; 22pero si llega otro más fuerte y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte su botín.
23»El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.
24»Cuando el espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero al no encontrarlo dice: «Me volveré a mi casa, de donde salí». 25Y al llegar la encuentra bien barrida y en orden. 26Entonces va, toma otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí, con lo que la situación última de aquel hombre resulta peor que la primera.
27Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
—Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
28Pero él replicó:
—Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.
29Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir:
—Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. 30Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación. 31La reina del Sur se levantará en el Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y dense cuenta de que aquí hay algo más que Salomón. 32Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y dense cuenta de que aquí hay algo más que Jonás.
33»Nadie que ha encendido una lámpara la pone en un sitio oculto ni debajo de un celemín, sino sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. 34La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo también está iluminado. Pero cuando tu ojo es malicioso, también tu cuerpo queda en tinieblas. 35Mira, por tanto, no sea que la luz que hay en ti sea tinieblas. 36Y si todo tu cuerpo está iluminado, sin que haya en él parte alguna oscura, todo él estará iluminado como cuando la lámpara te ilumina con su resplandor.
37Cuando terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Entró y se puso a la mesa. 38El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. 39Pero el Señor le dijo:
—Así que ustedes, los fariseos, limpian por fuera la copa y el plato, pero su interior está lleno de rapiña y de maldad. 40¡Insensatos! ¿Acaso quien hizo lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? 41Den, más bien, limosna de lo que guardan dentro, y así todo será puro para ustedes. 42Pero, ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, pero desprecian la justicia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer esto sin descuidar lo otro!
43»¡Ay de ustedes, fariseos, porque apetecen los primeros asientos en las sinagogas y que los saluden en las plazas!
44»¡Ay de ustedes, que son como sepulcros disimulados, sobre los que pasan los hombres sin saberlo!
45Entonces, cierto doctor de la Ley, tomando la palabra, le replica:
—Maestro, diciendo tales cosas nos ofendes también a nosotros.
46Pero él dijo:
—¡Ay también de ustedes, los doctores de la Ley, porque imponen a los hombres cargas insoportables, pero ustedes ni con uno de sus dedos las tocan!
47»¡Ay de ustedes, que edifican los sepulcros de los profetas, después que sus padres los mataron! 48Así pues, son testigos de las obras de sus padres y consienten en ellas, porque ellos los mataron, y ustedes edifican sus sepulcros. 49Por eso dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, 50para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, 51desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo». Sí, se los aseguro: se le pedirán cuentas a esta generación.
52»¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la sabiduría! Ustedes no han entrado y a los que querían entrar se lo han impedido.
53Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con furia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, 54acechándole para cazarle en alguna palabra.