COMENTARIO
Como un ejemplo de los lugares que pueden no acoger a los discípulos (v. 16; cfr 10,10-12), el Señor cita las ciudades del lago, Corazín y Betsaida. Son poblaciones judías que han visto de cerca la obra de Dios en Jesús y no han cambiado de vida. La comparación con las ciudades paganas, Tiro y Sidón, enfatiza la culpabilidad de aquéllas, porque «a todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá» (12,48). Las acciones y las palabras de los discípulos son, como las de Jesús (v. 16), una invitación de Dios a la penitencia (v. 13), penitencia que no puede quedarse en las obras exteriores, sino que debe llegar hasta el fondo del corazón: «La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cfr Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. Rom. 2,5,4)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1431).