COMENTARIO
Jesús alaba y acepta el resumen de la Ley que hace el escriba judío. Su respuesta (v. 27) es una composición de dos textos del Pentateuco (Dt 6,5 y Lv 19,18). Sin embargo, Cristo, con la parábola del buen samaritano, agranda los horizontes de ese amor que se había empequeñecido en un ambiente legalista: el prójimo no es sólo aquél con el que tenemos alguna afinidad —sea de parentesco, de raza, de religión etc.— sino todo aquel que necesita nuestra ayuda, sin distinción de raza, religión, etc.; el horizonte se alarga hasta abarcar a todo ser humano, hijo, como cada uno de nosotros, del mismo Padre Dios.
Con la mención del sacerdote y el levita es posible que el Señor quisiera precisar el alcance de las normas legales (vv. 31-32). En efecto, según la Ley de Moisés (cfr Lv 21,1-4.11-12; Nm 19,11-22), el contacto con un cadáver hacía contraer la impureza legal. Con la parábola, Jesús muestra —y el escriba así lo reconoce— que el cumplimiento de las normas legales nunca puede ahogar la misericordia.
El lector puede apreciar también que Jesús es la encarnación de la misericordia divina ya que vive los mismos gestos misericordiosos del Padre (cfr 15,1-32 y notas). Por eso, no es extraño que desde los primeros siglos la parábola se haya interpretado alegóricamente. San Agustín, que la comenta en muchos lugares, siguiendo a otros Santos Padres, identifica al Señor con el buen samaritano, y al hombre asaltado por ladrones con Adán, origen y figura de la humanidad caída: «De ahí también que el mismo Señor y Dios nuestro quiso llamarse nuestro prójimo, pues Jesucristo nuestro Señor se simbolizó en el que socorrió al hombre tendido en el camino, tendido, semivivo y abandonado por los ladrones» (De doctrina christiana 1,33). Por su parte, el hombre abandonado es sanado de sus heridas en la Iglesia: «Tú, alma mía, ¿dónde te encuentras, dónde yaces, dónde estás mientras eres curada de tus dolencias por aquel que se hizo propiciación por tus iniquidades? Reconoce que te encuentras en aquel mesón adonde el piadoso samaritano condujo al que encontró semivivo, llagado por las muchas heridas que le causaron los bandoleros» (De Trinitate 15,27,50).