COMENTARIO

 Lc 11,5-13 

El Señor acompaña el Padrenuestro con unas enseñanzas sobre la oración de petición. Comienza con una comparación muy expresiva (vv. 5-8). La arqueología ha descubierto que algunas casas de Nazaret de la época eran casi un único espacio compuesto por una cueva excavada en la roca proyectada hacia fuera con unos metros de construcción. Pequeñas perforaciones en la roca servían de alacenas. El amigo inoportuno es verdaderamente tal pues, para alcanzar tres panes (v. 5), prácticamente había que despertar a toda la casa. Jesús completa esta imagen gráfica con una sentencia en la que declara la eficacia de la oración (vv. 9-10). La experiencia de la Iglesia ha atestiguado de mil formas la verdad de estas palabras del Señor: «Estando yo una vez importunando al Señor mucho, (…) temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, (…) y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que Él me prometía que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía Él que yo no pediría sino conforme a su gloria» (Sta. Teresa de Jesús, Vida 39,1).

Después, con la imagen del padre (vv. 11-13), asegura la donación más grande para el cristiano, que es el Espíritu Santo: «Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los Cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna» (S. Basilio, De Spiritu Sancto 15,36; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 736).

Volver a Lc 11,5-13