COMENTARIO
Tal como lo ha entendido la Tradición de la Iglesia, estas frases son una declaración de la grandeza de Santa María, ya que «acogió las palabras con las que el Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios como Ella lo hacía fielmente» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 58). Santa María creyó a la palabra de Dios (1,38), y ahora Jesús traza «el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 172). La Iglesia confiesa que «durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el “cumplimiento” de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 149).