COMENTARIO

 Lc 11,33-36 

Quien tiene la vista sana ve con claridad las cosas; del mismo modo, en la vida moral la mirada pura y sencilla sabe apreciar la acción de Dios en el mundo. Aquellos hombres no han sabido reconocer la acción de Dios en las obras de Jesús, porque les falta la sencillez. De ahí la invitación de Cristo para que rectifiquen y sepan discernir: «Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida. La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención. Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios y ante su presencia» (Balduino de Cantorbery, Tractatus 6).

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