COMENTARIO

 Lc 12,54-59 

En su queja, Jesús juega con dos sentidos de la palabra «tiempo»: el climático y el de las etapas de la salvación. Parece como si quienes le conocieron hubieran utilizado un doble tipo de razonamiento: uno, con lógica, para juzgar las cosas terrenas y otro, ilógico, para juzgarle a Él. Los signos que ha mostrado —los milagros, su vida y su doctrina— deberían ser suficientes para confesarle como Mesías. Sin embargo, aquellas gentes no han sabido comprender los signos y han malentendido a Jesús. Esa postura no fue exclusiva de muchos de los contemporáneos de Jesucristo. Se vuelve a producir en nuestros días, cada vez que se pasan por alto los signos que Dios muestra o sus sugerencias en el fondo de la conciencia: «Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 19).

Después (vv. 58-59), con la imagen del adversario y el magistrado, el Señor les enseña que todavía tienen tiempo para rectificar, poco, porque están casi de camino hacia el juicio, pero el suficiente para no acabar condenados: «Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta, pasan de la muerte a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición gloriosa» (S. Fulgencio de Ruspe, De remissione peccatorum 12,4).

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