12Lc1En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir sobre todo a sus discípulos:
—Guárdense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. 2Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. 3Porque cuanto hayan dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayan hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.
4»A ustedes, amigos míos, les digo: no tengan miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. 5Les enseñaré a quién tienen que temer: teman al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno. Sí, les digo: teman a éste. 6¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. 7Aún más, hasta los cabellos de su cabeza están todos contados. No tengan miedo: valen más que muchos pajarillos.
8»Les digo, pues: a todo el que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. 9Pero el que me niegue ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios.
10»A todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
11»Cuando los lleven a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo defenderse, o qué tienen que decir, 12porque el Espíritu Santo les enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.
13Uno de entre la multitud le dijo:
—Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
14Pero él le respondió:
—Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre ustedes?
15Y añadió:
—Estén alerta y guárdense de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de lo que posee.
16Y les propuso una parábola diciendo:
—Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. 17Y se puso a pensar para sus adentros: «¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?» 18Y se dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. 19Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”». 20Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?» 21Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.
22Les dijo a sus discípulos:
—Por eso les digo: no estén preocupados por su vida: qué van a comer; o por su cuerpo: con qué se van a vestir. 23Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. 24Fíjense en los cuervos: no siembran ni siegan; no tienen despensa ni granero, pero Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que los pájaros! 25¿Quién de ustedes por mucho que cavile puede añadir un codo a su estatura? 26Si no pueden ni lo más pequeño, ¿por qué se preocupan por las demás cosas? 27Contemplen los lirios, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo les digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. 28Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¡cuánto más a ustedes, hombres de poca fe! 29Así, ustedes no anden buscando qué comer o qué beber, y no estén inquietos. 30Por todas esas cosas se afanan las gentes del mundo. Bien sabe su Padre que están necesitados de ellas. 31Busquen más bien su Reino, y esas cosas se les añadirán.
32»No teman, pequeño rebaño, porque su Padre ha tenido a bien darles el Reino. 33Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no envejecen, un tesoro que no se agota en el cielo, donde el ladrón no llega ni la polilla corroe. 34Porque donde está su tesoro, allí estará su corazón.
35»Tengan ceñidas sus cinturas y encendidas las lámparas, 36y estén como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. 37Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad les digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. 38Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos. 39Sepan esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. 40Ustedes estén también preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del Hombre.
41Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
42El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de la casa para dar la ración adecuada a la hora debida? 43Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva encuentre obrando así. 44En verdad les digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. 45Pero si ese siervo dijera en sus adentros: «Mi amo tarda en venir», y comenzase a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y a emborracharse, 46llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. 47El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos azotes; 48en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.
49»Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? 50Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo! 51¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, les digo, sino división. 52Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres; 53se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
54Decía a las multitudes:
—Cuando ven que sale una nube por el poniente, enseguida dicen: «Va a llover», y así sucede. 55Y cuando sopla el sur, dicen: «Viene bochorno», y también sucede. 56¡Hipócritas! Saben interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no saben interpretar este tiempo? 57¿Por qué no saben descubrir por ustedes mismos lo que es justo?
58»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. 59Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.
13Lc1Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. 2Y en respuesta les dijo:
—¿Piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? 3No, se los aseguro; pero si no se convierten, todos perecerán igualmente. 4O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿piensan que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? 5No, se los aseguro; pero si no se convierten, todos perecerán igualmente.
6Les decía esta parábola:
—Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. 7Entonces le dijo al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?» 8Pero él le respondió: «Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, 9por si produce fruto; si no, ya la cortarás».
10Un sábado estaba enseñando en una de las sinagogas. 11Y había allí una mujer poseída por un espíritu, enferma desde hacía dieciocho años, y estaba encorvada sin poder enderezarse de ningún modo. 12Al verla Jesús, la llamó y le dijo:
—Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
13Y le impuso las manos, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.
14Tomando la palabra el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús curaba en sábado, decía a la muchedumbre:
—Hay seis días para trabajar; vengan, pues, en ellos a ser curados, y no un día de sábado.
15El Señor le respondió:
—¡Hipócritas!, cualquiera de ustedes ¿no suelta del pesebre en sábado su buey o su asno y lo lleva a beber? 16Y a ésta, que es hija de Abrahán, a la que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de esta atadura aun un día de sábado?
17Y cuando decía esto, quedaban avergonzados todos sus adversarios, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.
18Y decía:
—¿A qué se parece el Reino de Dios y con qué lo compararé? 19Es como un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo echó en su huerto, y creció y llegó a hacerse un árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.
20Y dijo también:
—¿Con qué compararé el Reino de Dios? 21Es como la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó todo.
22Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. 23Y uno le dijo:
—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:
24—Esfuércense para entrar por la puerta angosta, porque muchos, les digo, intentarán entrar y no podrán. 25Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, se quedarán fuera y empezarán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y les responderá: «No sé de dónde son». 26Entonces empezarán a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». 27Y les dirá: «No sé de dónde son; apártense de mí todos los servidores de la iniquidad». 28Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que ustedes son arrojados fuera. 29Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. 30Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.
31En aquel momento se acercaron algunos fariseos diciéndole:
—Sal y aléjate de aquí, porque Herodes te quiere matar.
32Y les dijo:
—Vayan a decir a ese zorro: «Mira: expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo. 33Pero es necesario que yo siga mi camino hoy y mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén».
34»¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste. 35Mirad que su casa se les va a quedar desierta. Les aseguro que no me verán hasta que llegue el día en que digan: Bendito el que viene en nombre del Señor.
14Lc1Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le estaban observando. 2Y resultó que delante de él había un hombre hidrópico. 3Y tomando la palabra, les dijo Jesús a los doctores de la Ley y a los fariseos:
—¿Es lícito curar en sábado o no?
4Pero ellos callaron. Y tomándolo, lo curó y lo despidió.
5Y les dijo:
—¿Quién de ustedes, si se le cae al pozo un hijo o un buey, no lo saca enseguida un día de sábado?
6Y no pudieron responderle a esto.
7Les proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos:
8—Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a ponerte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él 9y, al llegar el que los invitó a ti y al otro, te diga: «Cédele el sitio a éste», y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. 10Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. 11Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
12Decía también al que le había invitado:
—Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. 13Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos; 14y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos.
15Cuando oyó esto uno de los comensales, le dijo:
—Bienaventurado el que coma el pan en el Reino de Dios.
16Pero él le dijo:
—Un hombre daba una gran cena e invitó a muchos. 17Y envió a su siervo a la hora de la cena para decir a los invitados: «Vengan, que ya está todo preparado». 18Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: «He comprado un campo y tengo necesidad de ir a verlo; te ruego que me des por excusado». 19Y otro dijo: «Compré cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas; te ruego que me des por excusado». 20Otro dijo: «Acabo de casarme, y por eso no puedo ir». 21Regresó el siervo y contó esto a su señor. Entonces, irritado el amo de la casa, le dijo a su siervo: «Sal ahora mismo a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, a los tullidos, a los ciegos y a los cojos». 22Y el siervo dijo: «Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio». 23Entonces dijo el señor a su siervo: «Sal a los caminos y a los cercados y obliga a entrar, para que se llene mi casa. 24Porque les aseguro que ninguno de aquellos hombres invitados gustará mi cena».
25Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo:
26—Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27Y el que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo.
28»Porque, ¿quién de ustedes, al querer edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos a ver si tiene para acabarla? 29No sea que, después de poner los cimientos y no poder acabar, todos los que lo vean empiecen a burlarse de él, 30y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar». 31¿O qué rey, que sale a luchar contra otro rey, no se sienta antes a deliberar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que viene contra él con veinte mil? 32Y si no, cuando todavía está lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. 33Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.
34»La sal es buena; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se sazonará? 35No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran fuera. Quien tenga oídos para oír, que oiga.
15Lc1Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. 2Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.
3Entonces les propuso esta parábola:
4—¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? 5Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, 6y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió». 7Les digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.
8»¿O qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? 9Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas y les dice: «Alégrense conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió». 10Así, les digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
11Dijo también:
—Un hombre tenía dos hijos. 12El más joven de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde». Y les repartió los bienes. 13No muchos días después, el hijo más joven lo recogió todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. 14Después de gastarlo todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. 15Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; 16le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. 17Recapacitando, se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! 18Me levantaré e iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; 19ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”». 20Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.
»Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció. Y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. 21Comenzó a decirle el hijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». 22Pero el padre les dijo a sus siervos: «Pronto, saquen el mejor traje y vístanle; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; 23traigan el ternero cebado y mátenlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; 24porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado». Y se pusieron a celebrarlo.
25»El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos 26y, llamando a uno de los siervos, le preguntó qué pasaba. 27Éste le dijo: «Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano». 28Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerle. 29Él replicó a su padre: «Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. 30Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado». 31Pero él respondió: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».
16Lc1Decía también a los discípulos:
—Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. 2Le llamó y le dijo: «¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando». 3Y dijo para sí el administrador: «¿Qué voy a hacer, ya que mi señor me quita la administración? Cavar no puedo; mendigar me da vergüenza. 4Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando me despidan de la administración». 5Y, convocando uno a uno a los deudores de su amo, le dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» 6Él respondió: «Cien medidas de aceite». Y le dijo: «Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta». 7Después le dijo a otro: «¿Y tú cuánto debes?» Él respondió: «Cien cargas de trigo». Y le dijo: «Toma tu recibo y escribe ochenta». 8El amo alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz.
9»Y yo les digo: háganse amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, los reciban en las moradas eternas.
10»Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho. 11Por tanto, si no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? 12Y si en lo ajeno no fueron fieles, ¿quién les dará lo suyo?
13»Ningún criado puede servir a dos señores, porque o tendrá odio a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no pueden servir a Dios y a las riquezas.
14Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amantes del dinero, y se burlaban de él. 15Y les dijo:
—Ustedes se hacen pasar por justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones; porque lo que parece ser excelso ante los hombres es abominable delante de Dios.
16»La Ley y los Profetas llegan hasta Juan; desde entonces se evangeliza el Reino de Dios y cada uno se esfuerza por él.
17»Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que el que se anule un solo trazo de la Ley.
18»Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio.
19»Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. 20En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, 21deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían a lamerle las llagas. 22Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. 23Estando en los infiernos, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; 24y gritando, dijo: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas». 25Contestó Abrahán: «Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado. 26Además de todo esto, entre ustedes y nosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí hasta ustedes, no pueden; ni tampoco pueden pasar de ahí hasta nosotros». 27Y él dijo: «Te ruego entonces, padre, que lo envíes a casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos». 29Pero replicó Abrahán: «Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan!» 30Él dijo: «No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán». 31Y le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos».
17Lc1Les dijo a sus discípulos:
—Es imposible que no vengan los escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! 2Más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino y que le arrojaran al mar, que escandalizar a uno de esos pequeños: 3ándense con cuidado.
»Si tu hermano peca, repréndelo; y, si se arrepiente, perdónalo. 4Y si peca siete veces al día contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», lo perdonarás.
5Los apóstoles le dijeron al Señor:
—Auméntanos la fe.
6Respondió el Señor:
—Si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y les obedecería.
7»Si uno de ustedes tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: «Entra enseguida y siéntate a la mesa?» 8Por el contrario, ¿no le dirá más bien: «Prepárame la cena y disponte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?» 9¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? 10Pues igual ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se os ha mandado, decid: «Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer».
11Al ir de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaría y Galilea; 12y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia 13y le dijeron gritando:
—¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!
14Al verlos, les dijo:
—Vayan y preséntense a los sacerdotes.
Y mientras iban quedaron limpios. 15Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, 16y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. 17Ante lo cual dijo Jesús:
—¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?
19Y le dijo:
—Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
20Interrogado por los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios, él les respondió:
—El Reino de Dios no viene con espectáculo; 21ni se podrá decir: «Miren, está aquí», o «está allí»; porque dense cuenta de que el Reino de Dios está ya en medio de ustedes.
22Y les dijo a los discípulos:
—Vendrá un tiempo en que desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, y no lo verán. 23Entonces les dirán: «Miren, está aquí», o «miren, está allí». No vayan ni corran detrás. 24Porque, como el relámpago fulgurante brilla de un extremo a otro del cielo, así será en su día el Hijo del Hombre. 25Pero es necesario que antes padezca mucho y sea reprobado por esta generación. 26Y como ocurrió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre. 27Comían y bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio e hizo perecer a todos. 28Lo mismo sucedió en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban; 29pero el día en que salió Lot de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y los hizo perecer a todos. 30Del mismo modo sucederá el día en que se manifieste el Hijo del Hombre. 31Ese día, quien esté en el terrado y tenga sus cosas en la casa, que no baje por ellas; y lo mismo quien esté en el campo, que no vuelva atrás. 32Acuérdense de la mujer de Lot. 33Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará viva. 34Yo les digo que esa noche estarán dos en el mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado. 35Estarán dos moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada. (36)
37Y a esto le dijeron:
—¿Dónde, Señor?
Él les respondió:
—Dondequiera que esté el cuerpo, allí se reunirán los buitres.
18Lc1Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2diciendo:
—Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: «Hazme justicia ante mi adversario». 4Y durante mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 5como esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme».
6Concluyó el Señor:
—Presten atención a lo que dice el juez injusto. 7¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y los hará esperar? 8Les aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?
9Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás:
10—Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. 11El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. 12Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo». 13Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador». 14Les digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.
15Le llevaban también niños para que los tomara en sus brazos. Al verlo los discípulos les reñían. 16Pero Jesús llamó a los niños y dijo:
—Dejen que los niños vengan conmigo y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. 17En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.
18Cierto personaje distinguido le preguntó:
—Maestro bueno, ¿qué puedo hacer para heredar la vida eterna?
19Le respondió Jesús:
—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno solo: Dios. 20Ya conoces los mandamientos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.
21—Todo esto lo he guardado desde la adolescencia —respondió él.
22Después de oírlo le dijo Jesús:
—Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme.
23Pero al oír estas cosas se puso triste, porque era muy rico. 24Viéndolo entristecerse, dijo Jesús:
—¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! 25Porque es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.
—¿Entonces quién puede salvarse?
27Él respondió:
—Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.
28Entonces dijo Pedro:
—Ya ves que nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido.
29Y Jesús les respondió:
—Les aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos por causa del Reino de Dios, 30que no reciba mucho más en este mundo y, en el siglo venidero, la vida eterna.
31Tomando consigo a los doce, les dijo:
—Miren, subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que han sido escritas por medio de los Profetas acerca del Hijo del Hombre: 32será entregado a los gentiles y se burlarán de él, será insultado y escupido, 33y, después de azotarlo, lo matarán, y al tercer día resucitará.
34Pero ellos no comprendieron nada de esto: era éste un lenguaje que les resultaba incomprensible, y no entendían las cosas que decía.
35Cuando se acercaban a Jericó, un ciego estaba sentado al lado del camino mendigando. 36Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello. 37Le contestaron:
38Y gritó diciendo:
—¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
39Y los que iban delante le reprendían para que se estuviera callado. Pero él gritaba mucho más:
—¡Hijo de David, ten piedad de mí!
40Jesús, parándose, mandó que lo trajeran ante él. Y cuando se acercó, le preguntó:
41—¿Qué quieres que te haga?
—Señor, que vea —respondió él.
42Y Jesús le dijo:
—Recobra la vista, tu fe te ha salvado.
43Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al presenciarlo, alabó a Dios.
19Lc1Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. 2Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. 3Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. 4Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. 5Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo:
—Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa.
6Bajó rápido y lo recibió con alegría. 7Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador. 8Pero Zaqueo, de pie, le dijo al Señor:
—Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más.
9Jesús le dijo:
—Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; 10porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
11Mientras estaban oyendo estas cosas, les añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría enseguida. 12Dijo pues:
—Un hombre noble marchó a una tierra lejana a recibir la investidura real y volverse. 13Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: «Negocien hasta mi vuelta». 14Sus ciudadanos lo odiaban y enviaron una embajada tras él para decir: «No queremos que éste reine sobre nosotros». 15Al volver, recibida ya la investidura real, mandó llamar ante sí a aquellos siervos a quienes había dado el dinero, para saber cuánto habían negociado. 16Vino el primero y dijo: «Señor, tu mina ha producido diez». 17Y le dijo: «Muy bien, siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco, ten potestad sobre diez ciudades». 18Vino el segundo y dijo: «Señor, tu mina ha producido cinco». 19Le dijo a éste: «Tú ten también el mando de cinco ciudades». 20Vino el otro y dijo: «Señor, aquí está tu mina, que he tenido guardada en un pañuelo; 21pues tuve miedo de ti porque eres hombre severo, recoges lo que no depositaste y cosechas lo que no sembraste». 22Le dice: «Por tus palabras te juzgo, siervo malo; ¿sabías que yo soy hombre severo, que recojo lo que no he depositado y cosecho lo que no he sembrado? 23¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, al volver yo lo hubiera retirado con los intereses». 24Y les dijo a los presentes: «Quítenle la mina y dénsela al que tiene diez». 25Entonces le dijeron: «Señor, ya tiene diez minas». 26Les digo: «A todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. 27En cuanto a esos enemigos míos que no han querido que yo reinara sobre ellos, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia».
28Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén.
29Y cuando se acercó a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos, 30diciendo:
—Vayan a la aldea que está enfrente; al entrar en ella encontrarán un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desátenlo y tráiganlo. 31Y si alguien les pregunta por qué lo desatan, le responderán esto: «Porque el Señor lo necesita».
32Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. 33Al desatar el borrico sus amos les dijeron:
—¿Por qué desatan el borrico?
34—Porque el Señor lo necesita —contestaron ellos.
35Se lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borrico hicieron montar a Jesús. 36Según él avanzaba extendían sus mantos por el camino. 37Al acercarse, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto, 38diciendo:
—¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!
¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!
39Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron:
—Maestro, reprende a tus discípulos.
40Él les respondió:
—Les digo que si éstos callan gritarán las piedras.
41Y cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró por ella, 42diciendo:
—¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. 43Porque vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, 44sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho.