COMENTARIO
Se reúnen varias enseñanzas de Jesús a los discípulos (v. 1) y a los Apóstoles (v. 5) que tienen un mismo fondo común: la conducta de los cristianos —y en especial de quienes ocupan algún cargo— en la futura vida de la Iglesia.
Muy gráfica es la enseñanza sobre la gravedad del pecado de escándalo (vv. 1-2). Por eso, hay que ser prudentes: «Procuremos, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres; y no preocuparnos sólo de tener la conciencia tranquila, sino también (…) procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano más débil, no sea que comiendo hierba limpia y bebiendo agua pura pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más débiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada» (S. Agustín, Sermones 47,12-14).
Después (vv. 3-4), el Señor invita a la grandeza de corazón en el perdón de las ofensas. Sus palabras suponen dos cosas: en primer lugar, que todo pecado, en la Iglesia, es merecedor de la reprensión; en segundo lugar, que el arrepentimiento merece el perdón. Hay que resistir a cualquier forma de rencor porque «Dios a nadie aborrece y rechaza tanto como al hombre que se acuerda de la injuria, al corazón endurecido, al ánimo que conserva el enojo» (S. Juan Crisóstomo, De proditione Iudae 2).
Los Apóstoles son conscientes de la dificultad de esas exigencias, por eso Cristo enseña que con fe en Dios no hay nada imposible (vv. 5-6). Finalmente, Jesús nos apremia a evitar todo engreimiento (vv. 7-10). Es claro que Jesús ni recomienda el trato abusivo del amo ni lo aprueba. Pero nos enseña que la virtud desplegada al cumplir su mandatos despertará la admiración de los demás, y nos consolará interiormente. Pero entonces, en lugar de engreírnos, debemos considerar que cumplimos solamente el plan de Dios: «No te jactes por ser llamado hijo de Dios —reconoce la gracia, y no desconozcas tu naturaleza—, ni te engrías por haberle servido bien: es lo que tenías que hacer. El sol hace su oficio, la luna obedece y los ángeles cumplen su servicio. (…) No pretendamos ser alabados por nosotros mismos, no adelantemos el juicio de Dios (…), reservémoslo para su momento» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).