COMENTARIO
El diálogo de Jesús con los fariseos (vv. 20-21) y el posterior discurso a los discípulos (vv. 22-37) son especialmente reveladores de la doctrina de Jesús sobre la llegada del Reino de Dios. En los dos casos afirma que la llegada del Reino no podrá anunciarse con un «mirad, está aquí o allí» (vv. 21.23).
A los fariseos que esperaban una manifestación grandiosa de Dios instaurando su Reino, les contesta que el Reino ya ha llegado. La expresión «el Reino de Dios está ya en medio de vosotros» (v. 21), en el original griego, puede traducirse como «está dentro de vosotros» o «está entre vosotros». Los Padres de la Iglesia y los comentadores la traducen y la explican de las dos maneras. Si se traduce de ésta última forma, se refiere a Jesucristo y a su acción, como explica, por ejemplo, San Efrén cuando afirma que «eso lo dice Él de sí mismo, porque Él se encontraba en medio de ellos» (Commentarii in Diatessaron 18). Sin embargo, es más habitual la interpretación espiritual: «Cuando aquietamos nuestros sentidos, y nos entretenemos dentro de nosotros mismos con Dios y, apartados de los torbellinos del mundo, nos recogemos dentro de nosotros mismos, entonces vemos claramente el Reino de Dios dentro de nosotros, porque como proclamó Jesús, el Reino de Dios está dentro de nosotros» (S. Juan Damasceno, Homilia in Transfigurationem Domini 9). Es también la experiencia que nos han transmitido a veces las almas unidas a Dios: «El Doctor de los doctores enseña sin grandes discursos. Nunca le oí hablar, pero sé que está en mí. En todos los instantes me guía y me inspira; pero precisamente en el momento oportuno es cuando descubro claridades desconocidas hasta entonces. Regularmente no brillan a mis ojos en las horas de oración, sino en medio de las ocupaciones del día» (Sta. Teresa de Lisieux, Historia de un alma 8).
La enseñanza a los discípulos (vv. 22-35) toma otra dirección. No es una declaración de la presencia del Reino, sino una enseñanza sobre el tiempo de su consumación. En efecto, como explicó el Señor en multitud de parábolas, el Reino está llamado a crecer: «Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 543). En un momento preciso, se producirá la consumación definitiva. Pero ese momento no es inmediato; antes, Jesús tiene que ser rechazado por su generación (v. 25). Ante esto, los discípulos del Señor debemos mantener una actitud vigilante. Por una parte, para no dejarnos embaucar por falsas señales (v. 23); por otra, porque podemos pensar que el Maestro tarda en venir, y olvidarnos entonces de que va a venir, dejándonos llevar por una vida cómoda (vv. 26-33). Jesús vendrá como Hijo del Hombre glorificado de manera inesperada y sorprendente: de ahí la necesidad de comportarse como si el Señor nos fuera a pedir cuentas en cualquier momento.
«¿Dónde, Señor?» (v. 37). Después de preguntar sobre el «tiempo» de su venida, los discípulos le preguntan ahora por el «lugar». La contestación de Jesús tiene el sabor de un proverbio, con cierto tono enigmático, indicando así que no quiere responder con claridad. Sin embargo, la imagen que utiliza —la rapidez con la que un ave de rapiña se abalanza sobre su presa— indica que su venida se producirá de manera repentina. De ese modo nos enseña a vivir cada instante como si fuera el último, el más decisivo de nuestra vida: «El verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque, en cada instante —si lucha para vivir como hombre de Cristo—, se encuentra preparado para cumplir su deber» (S. Josemaría Escrivá, Surco, n. 875).
Algunos manuscritos añaden (v. 36): «Estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro dejado» (cfr Mt 24,40).