COMENTARIO

 Lc 19,41-44 

Cuando la comitiva llega a un lugar desde donde se domina la Ciudad Santa, su alegría se ve turbada por el inesperado llanto de Jesús. Este llanto —recogido sólo por San Lucas— expresa los deseos del corazón de Jesús y es, al mismo tiempo, como la última llamada a Jerusalén. Zacarías, padre de Juan Bautista, había sabido ver (cfr 1,68.78) en los acontecimientos del nacimiento de su hijo la «visita» de Dios y de su Mesías a su pueblo, pero Jerusalén, que ha visto tantos signos de Jesús, no ha sabido reconocerlo como lo que es (vv. 42.44). La posterior destrucción del Templo y de la Ciudad Santa por parte de las legiones romanas bajo el mando de Tito en el año 70, profetizada aquí por el Señor (vv. 43-44), es signo de la caducidad de la Antigua Alianza que se sustituye por la Nueva que nacerá en el Calvario. También Jesús nos «visita» a cada uno de nosotros, viene como nuestro Salvador, nos enseña por medio de la predicación de la Iglesia, nos da su perdón y su gracia en los sacramentos. Nuestra correspondencia fiel, con delicada conciencia, hará eficaz la llegada del Señor. Así lo enseñaba San Ambrosio a las vírgenes, aunque la lección nos sirve a todos: «Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella. La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia» (De virginitate 13,78).

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