COMENTARIO
Este milagro, narrado también por Mateo y Marcos, refleja el poder de Jesús, que sorprende a la fe todavía débil de los discípulos. Jesús viene de nuevo a su encuentro y se les manifiesta superior a Moisés, ante quien, para que los israelitas atravesaran el mar, Dios hubo de separa las aguas (cfr Ex 14,15-31). Las palabras «Soy yo» (o «Yo soy») (v. 20) evocan aquellas con las que Dios reveló su nombre a Moisés (cfr 8,28; Ex 3,14). Tras el milagro y el discurso del Pan de Vida, la fe de los discípulos quedará robustecida.
Al meditar este episodio, la tradición cristiana ha visto en la barca una figura de la Iglesia, que tendrá que soportar muchas dificultades y a la que el Señor ha prometido su asistencia a lo largo de los siglos (cfr Mt 28,20); por eso la Iglesia permanecerá firme y segura para siempre. Santo Tomás de Aquino comenta: «Aquel viento es figura de las tentaciones y de la persecución que padecerá la Iglesia por falta de amor. Porque, como dice San Agustín, cuando se enfría el amor, aumentan las olas y la nave zozobra. Sin embargo el viento, la tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada» (Super Evangelium Ioannis, ad loc.).