COMENTARIO

 Jn 7,14-24 

Jesús posee la dignidad y la potestad de ser el revelador del Padre. Los judíos, que no habían visto a Jesús en las escuelas de los maestros de la Ley, se maravillan y se plantean una pregunta con malicia disimulada: «¿Cómo sabe éste de letras sin haber estudiado?» (v. 15). Le acusan de ser un falso profeta. Jesús aprovecha la ocasión para afirmar que su doctrina proviene de Dios. Pero señala también que para discernir ese origen divino se requiere rectitud de intención (v. 24). Además, propone un criterio para reconocer la legitimidad de su actuación: Él no se adjudica la grandeza y sublimidad de su doctrina ni lo extraordinario de sus obras (cfr 8,54), sino que busca sólo la glorificación del Padre, y expone la doctrina que le ha sido entregada (cfr v. 16).

Siguiendo el ejemplo de Cristo, la Iglesia, en su actuación apostólica, no busca su triunfo humano, sino el bien de las almas y la gloria de Dios. «Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben total y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo. Así, por dicha actividad apostólica se cumple el propósito de Dios, al que Cristo obediente y amorosamente sirvió para gloria del Padre que le envió, a fin de que todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo y se coedifique en un único templo del Espíritu Santo» (Conc. Vaticano II, Ad gentes, n. 7).

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