COMENTARIO

 Jn 7,25-30 

San Juan muestra cómo los jerosolimitanos tenían dudas sobre quién era Jesús (vv. 25-27). Aunque se sabía que el Mesías nacería en Belén de la estirpe de David (7,42), en aquel tiempo algunos pensaban que el Mesías se mantendría oculto hasta el día de su manifestación (cfr 1,33; 14,22).

Jesús pide que juzguen rectamente y descubran su poder salvador, que intenten comprender el sentido profundo de sus obras. Como consecuencia, se produce el intento de detención (v. 30), porque los judíos entendieron que Jesús se hacía igual a Dios, y esto era considerado una blasfemia, que según la Ley debía ser castigada con la muerte por lapidación (cfr Lv 24,15-16.23). No es la primera vez que San Juan refiere la hostilidad de los judíos (cfr 5,18) ni será la última (cfr 8,59; 10,31-33). Subraya esta hostilidad porque así se dio de hecho y quizá también para resaltar la libertad de Jesús que, cumpliendo la voluntad del Padre, se entregará en manos de sus enemigos cuando llegue su «hora» (cfr 18,4-8). «El Señor no hace referencia a la hora en que se le obligaría a morir, sino a la hora en que se dejaría matar. Esperaba el tiempo en que había de morir, como esperó también el tiempo en que había de nacer» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 31,5).

El recto reconocimiento de las obras de Jesús es el primer paso para llegar a creer en su condición divina. Aceptar a Jesús lleva consigo las exigencias de una conversión moral y mental: «El que quiera, pues, entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, ha de procurar conformar con Él toda su vida» (Tomás de Kempis, De imitatione Christi 1,1,2).

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