COMENTARIO

 Jn 7,40-53 

El título «el profeta» (v. 40) alude a Dt 18,18, que predice la venida de un profeta en los últimos tiempos, al que todos deberán escuchar (cfr 1,21; 6,14). El Cristo («el Mesías») era el título más corriente en el judaísmo para designar al futuro Salvador enviado por Dios.

En los vv. 40-43 se muestra una vez más la diversidad de opiniones acerca de Jesús. Muchos judíos ignoraban —sin tomarse ninguna molestia para averiguar la verdad— que había nacido en Belén, la ciudad de David, donde, según Miqueas (5,2) debía nacer el Mesías. Tal ignorancia constituía en ellos una excusa para no aceptarle como el Cristo. Parece como si el evangelista, que escribe para cristianos que conocían el verdadero origen de Jesucristo, el Hijo de Dios nacido en Belén, quisiera resaltar con cierta ironía que ese desconocimiento de los jerosolimitanos era precisamente la confirmación de que Jesús era el Mesías que esperaban (cfr 7,27).

Otros, sin embargo, ante los milagros de Jesús, entienden que Él debe ser el Mesías (cfr 7,31), y otros aún, los servidores de la autoridad, no pueden menos que reconocer la fuerza de su palabra (vv. 45-49): «He aquí que los fariseos y los escribas no sacaron provecho ni al contemplar los milagros ni al leer las Escrituras; en cambio, los enviados por las autoridades, sin estas ayudas, fueron captados por un solo discurso (…). No solamente es de admirar su prudencia, porque no necesitaron de signos, sino que fueron conquistados por la sola doctrina; no dijeron, en efecto: “Jamás hombre alguno ha hecho tales milagros”, sino: Jamás habló así hombre alguno. Es de admirar también su convencimiento: van a los fariseos, que se oponían a Cristo, y les hablan de esta manera» (S. Juan Crisóstomo, In Ioannem 9).

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