COMENTARIO

 Jn 8,12-20 

Jesús se revela ahora como Luz del mundo. En la primera noche de la fiesta de los Tabernáculos se iluminaba intensamente el «atrio de las mujeres» del Templo con cuatro enormes lámparas que daban cierta claridad a toda Jerusalén. Con ello recordaban la nube luminosa, señal de la presencia de Dios, que guió a los israelitas por el desierto a su salida de Egipto (cfr Ex 13,21-22; 16,10; etc.). Tal vez en este contexto Jesús se presenta como «la Luz», imagen empleada en otros lugares (Mt 4,16) para designar al Mesías (cfr además Lc 1,78; 2,30-32).

Jesucristo es la Luz bajo un doble aspecto: Él es luz que ilumina la inteligencia por ser la plenitud de la Revelación divina; y es también luz que ilumina el interior del hombre para que pueda aceptar esa Revelación y hacerla vida suya. «En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia» (S. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 11).

La pregunta que hacen a Jesús es insidiosa y malintencionada (v. 19), pues ellos piensan que no puede mostrarles al Padre. Conocer a Jesús, es decir, creer en Él y aceptar el misterio de su divinidad, es conocer también al Padre: «Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios (cf. Jn 1,18). La vida de Cristo —su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él— abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar. La importancia de la relación personal con Jesús mediante la fe queda reflejada en los diversos usos que hace san Juan del verbo credere. Junto a «creer que» es verdad lo que Jesús nos dice (cf. Jn 14,10; 20,31), san Juan usa también las locuciones «creer a» Jesús y «creer en» Jesús. «Creemos a» Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque él es veraz (cf. Jn 6,30). «Creemos en» Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino (cf. Jn 2,11; 6,47; 12,44)» (Francisco, Lumen fidei, n. 18).

«Gazofilacio» (v. 20). Era éste un lugar en el que existían varias huchas destinadas a recoger las ofrendas de los fieles. Se hallaba situado en el atrio de las mujeres (cfr Lc 21,1-4).

Volver a Jn 8,12-20