COMENTARIO
La fe en Jesús no debe quedarse en un entusiasmo superficial; se trata de ser verdaderos discípulos, de modo que sus palabras informen nuestra vida para siempre. El fruto de esa fe profunda será el conocimiento de la verdad y una vida auténticamente libre. «Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad» (S. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 84).
«La verdad os hará libres» (v. 32). «Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como una condición de auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia» (S. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 12).
Evocando (vv. 33-38) a los dos hijos de Abrahán (cfr Gn 21,1-21), Ismael, nacido de la esclava (Agar), que no tendrá parte en la herencia, e Isaac, nacido de la libre (Sara), que será heredero de las promesas de Dios, Jesús manifiesta que la libertad no se basa ya en pertenecer al linaje de Abrahán, sino en conocer la verdad, que, en definitiva, es conocerle a Él mismo. Ese conocimiento es el único que realmente nos hace libres, porque nos saca de la esclavitud del pecado, causa de todas las servidumbres humanas: «La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres. ¡Cada día aumentan mis ansias de anunciar a grandes voces esta insondable riqueza del cristiano: la libertad de la gloria de los hijos de Dios! (Rm 8,21) (…). ¿De dónde nos viene esta libertad? De Cristo, Señor Nuestro. Ésta es la libertad con la que Él nos ha redimido (cfr Ga 4,31). Por eso enseña: Si el Hijo os alcanza la libertad, seréis verdaderamente libres (Jn 8,36). Los cristianos no tenemos que pedir prestado a nadie el verdadero sentido de este don, porque la única libertad que salva al hombre es cristiana» (S. Josemaría, Amigos de Dios, nn. 27 y 35).