COMENTARIO

 Jn 8,39-51 

Los judíos alegan ser hijos de Abrahán (v. 39), pero en realidad «eran sus descendientes carnales, porque habían degenerado no imitando la fe de aquel de quien eran hijos» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 42,1). Los que viven de la fe —dice San Pablo— son los verdaderos hijos de Abrahán y junto con él serán bendecidos por Dios (cfr Ga 3,7-9). También alegan los judíos que son hijos de Dios (v. 41) basándose en algunas afirmaciones del Antiguo Testamento (cfr Ex 4,22; Dt 32,6; Is 63,16; Jr 3,4; 31,9; Ml 1,6). Sin embargo, la actitud que toman frente a Jesús contradice esa condición de hijos de Dios, que debería llevarles a aceptar a Jesús, puesto que se presenta como el Enviado del Padre.

Quienes se oponen conscientemente a la verdad manifestada por Jesús en sus obras y en sus palabras, actúan como partidarios o hijos del enemigo de Dios, el diablo. Éste es el padre de la mentira: mintiendo sedujo a nuestros primeros padres, y engaña ahora a quienes siguen sus insinuaciones y permanecen en sus pecados. Por eso, el Hijo de Dios se manifestó «para destruir las obras del diablo» (1 Jn 3,8). En oposición al padre de la mentira que prometió a Adán y Eva ser inmortales, Jesús promete verdaderamente la vida eterna a quienes acogen sus enseñanzas y permanecen fieles a ellas (v. 51).

Frente a las violentas acusaciones de posesión diabólica (cfr también Mt 12,24 y Mc 3,21-22) y de que era un «samaritano» (v. 48), es decir, un hereje, violador de la Ley (cfr nota a 4,1-45), Jesús se muestra actuando con mansedumbre y dejando aquella disputa al juicio divino (v. 50). Sin embargo, reafirma la verdad de su misión salvadora (v. 51).

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