COMENTARIO

 Jn 8,52-58 

Malinterpretando las palabras de Jesús, como si Éste se refiriera a la muerte física, los judíos siguen acusándole de mentir y de exaltarse a sí mismo por encima de los patriarcas y profetas. Jesús apela una vez más a las obras que realiza, signos del poder de Dios —«mi Padre es el que me glorifica» (v. 54)—, y se presenta de nuevo como el Mesías Salvador prometido por Dios a los patriarcas (v. 56). Abrahán había recibido las primicias de la alegría mesiánica a modo de una profecía tanto en el nacimiento de su hijo Isaac como cuando éste le fue devuelto vivo, después de haber sido probado Abrahán por Dios pidiéndole que lo sacrificara (Gn 22,11ss.). Este acontecimiento prefiguraba la resurrección de Cristo una vez cumplido el sacrificio en el que se realizaría la Redención. Según algunas tradiciones judías, Dios había mostrado ya a Abrahán el día de la salvación. La respuesta de Jesús a la observación escéptica de los judíos encierra una revelación de su divinidad. Al decir «antes de que Abrahán naciese, yo soy» (v. 58), se está refiriendo a su eternidad, propia de la naturaleza divina.

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