COMENTARIO
Jesús aparece de nuevo como signo de contradicción. Unos creen y otros le denuncian. Las palabras de Caifás (vv. 49-50), cuyo doble sentido señala Juan, se refieren a la fundación del nuevo Israel, la Iglesia, mediante la muerte de Cristo en la cruz. De esta manera uno de los últimos pontífices de la Antigua Alianza profetiza la investidura del Sumo Sacerdote de la Nueva, sellada con su propia Sangre.
Cuando San Juan afirma que Cristo iba a morir «para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos» (v. 52), se refiere a lo que el Señor había dicho acerca de los efectos salvíficos de su muerte (cfr 10,15-16). Ya los profetas habían anunciado la futura congregación de los israelitas fieles a Dios para formar el nuevo pueblo de Israel (cfr Is 43,5; Jr 23,3-5; Ez 34,23; 37,21-24). Estos vaticinios se cumplieron con la muerte de Cristo que, al ser exaltado en la cruz, atrae y reúne al verdadero Pueblo de Dios, formado por todos los creyentes, sean o no israelitas (cfr 12,32). «Todos los hombres están invitados al nuevo Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos. Para ello, en efecto, envió Dios a su Hijo, a quien nombró heredero de todo, para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 13).
En el siglo IV, San Juan Crisóstomo explicaba a sus fieles la catolicidad de la Iglesia con estas palabras: «¿Qué quiere decir para reunir los que estaban cerca y los que estaban dispersos? Que los hizo un solo cuerpo. Quien reside en Roma sabe que los cristianos de la India son miembros suyos» (In Ioannem 65,1).
«Efraím» (v. 54). No se sabe con certeza donde se encuentra. Algunos la sitúan a unos 20 km al nordeste de Jerusalén.
La referencia a la Pascua (vv. 55-57) sirve para preparar los acontecimientos que se narran a continuación y subrayan que Cristo es la verdadera y definitiva Pascua (cfr 1 Co 5,7).