COMENTARIO

 Jn 12,12-19 

La entrada triunfal en Jerusalén es anticipo de la glorificación de Jesús en la resurrección. Cuando la muchedumbre proclama: «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Sal 118,26), está aclamando a Jesús como el Mesías. La frase «el Rey de Israel», que no recogen los otros evangelios en el pasaje paralelo, subraya un aspecto relevante en San Juan: la condición real de Cristo; el Mesías es el Rey por antonomasia, pero de un Reino que no es de este mundo (cfr 18,36). «Jesucristo —enseña San Agustín— no se hizo rey de Israel para imponer un tributo o para formar un poderoso ejército; se hizo rey de Israel para dirigir a las almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al Reino de los cielos a quienes están llenos de fe, de esperanza y de amor» (In Ioannis Evangelium 51,4).

El gesto de Jesús de entrar en Jerusalén montado en un asno tenía un significado preciso: Él era el rey de paz anunciado por los profetas (cfr Za 9,9). Sólo después de su muerte en la cruz y de su resurrección los discípulos entendieron el verdadero significado de aquel signo. Así lo atestigua el mismo evangelista (v. 16). Cristo adquiere su reinado por la humildad y por la cruz. «Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si Él preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que Él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo rey» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 181).

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