COMENTARIO

 Jn 13,21-32 

En el anuncio de la traición de Judas resalta, por contraste, el amor de Jesús hacia el discípulo amado. Ese amor es modelo de su amor por todos sus verdaderos discípulos, y del que éstos sienten por el Maestro. La narración se entiende mejor si se tiene en cuenta que probablemente los comensales estaban recostados sobre el codo en divanes para varias personas, situados alrededor de una mesa central en la que se disponían los alimentos.

El bocado que Jesús ofrece a Judas (vv. 26-27) es muestra de amistad y, por tanto, invitación a enmendar sus perversas maquinaciones. Judas, sin embargo, desecha esta oportunidad. «Bueno es lo que recibió —comenta San Agustín—, pero lo recibió para su perdición, porque el que era malo recibió con mala disposición lo que era bueno» (In Ioannis Evangelium 61,6). La entrada de Satanás indica que desde ese momento Judas se abandona completamente a la tentación diabólica. «Todos estos detalles —comenta San Juan Crisóstomo— se han conservado para decirnos: si se os ultraja, no os indignéis. Pensad en el culpable y llorad su violencia natural. El que daña el bien de otro, el calumniador, ¿qué intereses hiere primero? Los suyos propios, sin duda (…). Jesucristo llena de sus beneficios a Judas el traidor, lava sus pies, le reprocha sin acritud, le censura con discreción, busca ganar su corazón, le honra hasta comer con él, hasta abrazarle; e incluso cuando Judas no recapacita, Jesucristo no cesa en su buen empeño» (In Ioannem 71,4).

La indicación «era de noche» (v. 30) alude a las tinieblas como imagen del pecado, del poder tenebroso que en aquel instante parecía imponerse (cfr Lc 22,53), en oposición a la Luz verdadera, Cristo, al que las tinieblas no recibieron (cfr 1,5). Llega el momento de la glorificación de Jesús. Ésta se refiere sobre todo a la gloria que Cristo recibirá a partir de su exaltación en la cruz. El evangelista subraya que la muerte de Cristo es el comienzo de su triunfo y, al mismo tiempo, glorificación del Padre. También el discípulo de Cristo encontrará su mayor motivo de gloria en la identificación con la actitud obediente del Maestro. San Pablo lo enseña claramente al decir: «Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).

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