COMENTARIO
Ante el escándalo del aparente triunfo del pecado, Jesús enseña que entre Él y el mundo, en cuanto reino del pecado, no hay posibilidad de acuerdo: quien vive en pecado aborrece la luz (cfr 3,19-20). Por eso han perseguido a Cristo y perseguirán también a los Apóstoles. «La hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida —dice San Gregorio Magno— porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo. Demuestra que no es amigo de Dios quien busca complacer a los que se oponen a Él: y quien se somete a la verdad luchará contra lo que se opone a la verdad» (Homiliae in Ezechielem 1,9,14).
Los que niegan a Jesús no tendrían pecado si Él no se hubiera revelado con las obras (v. 24), si la Luz no hubiera iluminado las tinieblas; pero ahora ya no tienen excusa: rechazando a Cristo rechazan la verdad de Dios (cfr Sal 35,19). «Este pecado consiste —afirma San Agustín— en no creer en las palabras y las obras de Cristo, pues no tenían pecado antes de que les hablara e hiciera entre ellos milagros. Pero ahora habla de este pecado de incredulidad en cuanto que es también la raíz de los demás. Si creyesen en Él les serían perdonados también los otros pecados» (In Ioannis Evangelium 91,1).