COMENTARIO

 Jn 16,16-33 

Los Apóstoles no podían entender lo que Jesús anunciaba, refiriéndose a su muerte y resurrección (v. 17). Al manifestarles que después de las tribulaciones tendrán un gozo cumplido, que no perderán jamás (cfr v. 22; 17,13), alude directamente a la alegría de la resurrección (cfr Lc 24,41), pero también al encuentro definitivo con Él en el Cielo (cfr 17,24).

La imagen de la mujer que da a luz (v. 21), muy frecuente en el Antiguo Testamento para expresar el dolor intenso, suelen emplearla también los profetas para significar el alumbramiento del nuevo pueblo mesiánico (cfr Is 21,3; 26,17; Jr 30,6; Os 13,13; Mi 4,9-10). El nacimiento del nuevo Pueblo de Dios —la Iglesia de Cristo— comporta dolores intensos no sólo a Jesús, sino también, en su medida, a los Apóstoles. Pero esos dolores, como de parto, se verán compensados por el gozo de la consumación del Reino de Cristo (cfr Rm 8,18).

Tras la resurrección el Señor hablará con claridad a los Apóstoles y éstos comprenderán el misterio de su pasión y la inmensidad del amor de Dios al enviar a su Hijo al mundo. Entretanto, la firmeza de la fe de los discípulos se apoya en la convicción de que el Señor conoce todos los corazones y todas las cosas (v. 30). Jesús había mostrado que mientras estaba con ellos conocía el fondo de su corazón (cfr 2,25). El anuncio de que le abandonarían (v. 32), leído tras su resurrección, sirve de consuelo a los discípulos que le dejaron sólo a la hora de la cruz, pero se congregaron de nuevo tras su resurrección. Frente a las tribulaciones y a los ataques sufridos por parte de los que rechazan a Cristo, resuenan las palabras de Jesús: «Confiad: yo he vencido al mundo» (v. 33).

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