COMENTARIO
El segundo escenario de la pasión es la casa de Anás. Jesús, que había «desatado» a Lázaro (11,44), es llevado atado. También Isaac fue «atado» antes de ser ofrecido en sacrificio (cfr Gn 22,9); y se dejó «atar» voluntariamente, prefigurando así la voluntariedad de Jesús para su sacrificio. En el interrogatorio (vv. 19-24), Jesús insiste en el carácter público y notorio de su predicación y de su conducta. Todo el pueblo ha podido escuchar sus palabras y contemplar sus milagros, de ahí que le hayan aclamado como Mesías. Los mismos pontífices habían vigilado su actividad en el Templo y en las sinagogas, pero, como no quieren ver, ni creer, atribuyen algo oculto y siniestro a los planes de Jesús.
Las negaciones de Pedro se narran con más brevedad que en los otros evangelios. No se habla aquí del arrepentimiento de Pedro, aunque se da por supuesto al mencionar el canto del gallo (v. 27): de la misma brevedad del relato se deduce que el suceso era muy conocido por los primeros cristianos. Después de la resurrección quedará patente el alcance del perdón de Jesús, que confirma a Pedro en su misión de guiar a toda la Iglesia (cfr 21,15-17). Aprendamos la lección: «En este torneo de amor no deben entristecernos las caídas, ni aun las caídas graves, si acudimos a Dios con dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia. El cristiano no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada. Jesucristo Nuestro Señor se conmueve tanto con la inocencia y la fidelidad de Juan y, después de la caída de Pedro, se enternece con su arrepentimiento. Comprende Jesús nuestra debilidad y nos atrae hacia sí, como a través de un plano inclinado, deseando que sepamos insistir en el esfuerzo de subir un poco, día a día» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 75).