COMENTARIO

 Jn 19,1-3 

Con este episodio, situado en el centro de la narración, se pone de relieve la realeza de Cristo sobre la que Pilato le acaba de interrogar, aunque aquellos soldados le aclamen como Rey de los judíos sólo de modo sarcástico. En Cristo revestido con las insignias reales se vislumbra, bajo aquella trágica parodia, la grandeza del Rey de Reyes, y se resalta que su Reino no es conforme a lo que los hombres piensan (18,36).

Los autores espirituales se han conmovido ante esta imagen de Cristo maltratado: «Mira cuál estaría aquel divino rostro: hinchado con los golpes, afeado con las salivas, rasguñado con las espinas, arroyado con la sangre, por unas partes reciente y fresca, y por otras fea y denegrecida. Y como el santo Cordero tenía las manos atadas, no podía con ellas limpiar los hilos de sangre que por los ojos corrían; y así estaban aquellas dos lumbreras del Cielo eclipsadas y casi ciegas y hechas un pedazo de carne. Finalmente, tal estaba su figura, que ya no parecía quien era, y aun apenas parecía hombre, sino un retablo de dolores pintado por mano de aquellos crueles pintores y de aquel mal presidente» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo 24). La razón de tanto sufrimiento era la redención de nuestros pecados: «Los pecados, así los tuyos como los míos, como los de todo el mundo, fueron los verdugos que le ataron, y le azotaron, y le coronaron de espinas, y le pusieron en la Cruz. Por donde verás cuánta razón tienes aquí para sentir la grandeza y malicia de tus pecados» (ibidem 15).

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