COMENTARIO

 Jn 19,31-37 

En la víspera de la Pascua se inmolaban oficialmente en el Templo los corderos pascuales a los que, según la Ley, no se podía romper ningún hueso (cfr Ex 12,46). La referencia a la Parasceve y el hecho de que no le quebraran las piernas (v. 33) subraya que Cristo es el verdadero Cordero Pascual que quita el pecado del mundo.

La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, de todos los sacramentos, y de la misma Iglesia. «Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la vida que es verdadera vida (…). Este segundo Adán se durmió en la cruz para que de allí le fuese formada una esposa que salió del costado del que dormía. ¡Oh muerte que da vida a los muertos! ¿Qué cosa más pura que esta sangre? ¿Qué herida más saludable que ésta?» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 120,2). Con otras palabras lo enseña el Concilio Vaticano II: «Su comienzo [de la Iglesia] y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado» (Lumen gentium, n. 3).

Termina el relato de la pasión (v. 37) con la cita de Za 12,10. Juan evoca con este texto profético la salvación realizada por Jesucristo que, clavado en la cruz, ha cumplido la promesa divina de redención.

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