COMENTARIO

 Jn 20,11-18 

El evangelio enseña que Jesús se manifiesta a quienes le buscan de verdad. María Magdalena es modelo de los que buscan a Jesús. «Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 25,1-2.4-5). En esta escena Jesús aparece como el Buen Pastor que «llama a sus propias ovejas por su nombre» (10,3): «¡María!», y ellas «conocen su voz» (10,4): «¡Rabbuni!». María, a su vez, debe dar testimonio de la resurrección y transmitir a los demás que ha visto al Señor. Por eso, en la tradición oriental, fue llamada isapóstolos, «igual a los apóstoles», y en la latina, apostola apostolorum, «apóstol de apóstoles». Jesucristo, cuyo cuerpo humano glorioso transciende la materialidad de este mundo, debe volver al Padre. Por otra parte, los Apóstoles ya no son «siervos», ni incluso «amigos» (15,15), sino «hermanos» (v. 17): se muestra así que, tras la muerte y resurrección gloriosa de Jesús, los que creemos en Él recibimos el don de la filiación divina (cfr 1,12) por el que somos constituidos en hijos de Dios y hermanos de Cristo.

«Suéltame» (v. 17). El verbo, en el texto original, está construido en imperativo presente, que implica continuidad de la acción que se realiza. La frase negativa del texto griego, reflejada en la Neovulgata (noli me tenere), indica que el Señor manda a la Magdalena que deje de reternerle, que le suelte, pues todavía tendrá ocasión de verle antes de la ascensión a los cielos.

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