COMENTARIO
Raquel era la esposa predilecta del patriarca Jacob (cfr Gn 29,9-30) y la madre de Benjamín y de José, el cual a su vez fue el padre de Efraím y de Manasés. Por eso, puede representar así a todo Israel: al norte (Efraím y Manasés) y al sur (Benjamín). El llanto de Raquel, evocado en un poema de gran fuerza lírica, representa el dolor de los desterrados y prepara, por contraste, la alegría del retorno (31,18-30). La referencia a Ramá seguramente es debida a que la tumba de Raquel se encontraba cerca de ese lugar. Así lo atestigua una tradición en el Antiguo Testamento, que indica que el sepulcro se encontraba en Ramá, en el territorio de la tribu de Benjamín, a unos 10 kilómetros al norte de Jerusalén (cfr Jos 18,25; Jc 4,5; 1 S 10,2). Allí también fueron congregados los deportados a Babilonia después de la caída de Jerusalén el 587 a.C. (cfr 40,1). Otra tradición, sin embargo, sitúa la tumba cerca de Efrata, en el camino de Jerusalén a Belén, a unos 4 kilómetros de esta última (cfr Gn 35,19; 48,7). Hoy en día se piensa que es más probable que el sepulcro estuviera en territorio de Benjamín.
En Mt 2,17-18 se dice que el texto de Jeremías se cumplió en el llanto que ocurrió en Belén y su comarca por la muerte de los niños inocentes decretada por Herodes. Mateo parece, pues, ajustarse a la segunda tradición sobre la ubicación de la tumba. El evangelista vuelve a hacer llorar a Raquel, ahora por los niños asesinados por orden de Herodes. Para Mateo, el definitivo cumplimiento del llanto de Raquel ocurre en el tiempo del Mesías, dentro del «cumplimiento» de las profecías mesiánicas en Jesús. Según este procedimiento se conectan los acontecimientos en torno a Jesús con los anuncios proféticos y la historia del antiguo pueblo. El Israel, «hijo» de Dios, es un anticipo o figura, de Jesús, el nuevo y verdadero Israel, el Hijo de Dios en sentido fuerte que, como aquél, es perseguido por los poderes de este mundo.