COMENTARIO
Con la genealogía de Jesús hasta Abrahán, Mateo quiere mostrar que Jesús procede del pueblo de Israel, con el que Dios se comprometió (cfr Gn 12,2-3), y que en Jesús se cumplen las promesas universalistas que Dios hizo al patriarca (8,11; cfr Gn 17,4-5); al reseñar también a David en el título (v. 1), apuntando después que era «rey» (v. 6), enseña que Jesús es el Rey Mesías prometido (2 S 7,14). Lucas, por su parte, remontará la genealogía del Señor hasta Adán, para subrayar que Jesús pertenece a la humanidad entera (cfr Lc 3,23-38 y nota). «Consustancial como era [Cristo] con el Padre, se dignó a su vez hacerse consustancial con su Madre, y siendo como era el único que se hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza (…). No hubiésemos podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza. Por esta admirable participación, ha brillado para nosotros el misterio de la regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por cuya virtud fue concebido Cristo, hemos nacido nosotros de nuevo de un origen espiritual» (S. León Magno, Epistulae 31).
San Mateo construye la genealogía señalando tres etapas de la historia de la salvación (cfr v. 17), y asignando a cada una de ellas catorce generaciones, aunque su duración no sea la misma. Es evidente que quiere dar un significado a los números. En hebreo, el valor numérico de las consonantes de la palabra David suma catorce (D = 4 + V = 6 + D = 4), por lo que es probable que de esta manera Mateo esté enseñando que Jesús es el verdadero hijo de David. Algunos autores piensan que, como en otros lugares del evangelio —las siete parábolas (13,1-52), los siete «ayes» (23,13-32)—, el evangelista tiene en la mente el número siete, que indica plenitud, totalidad. Recoge seis generaciones de siete miembros, y Jesús inaugura la séptima, la de la plenitud.
En la Biblia las genealogías son algo más que una lista de los ascendientes de un personaje, un simple registro de su estirpe. Nos consta que a la vuelta del exilio de Babilonia (cfr Esd 2,29-62; Ne 7,64) la situación de cada persona, como sujeto de derechos y obligaciones, radicaba en su vinculación a una tribu, un clan o una familia. En las listas genealógicas, las expresiones «engendró», «hijo de», pueden señalar una descendencia inmediata, o una mediata, omitiendo eslabones intermedios; también los nombres pueden tener sentido colectivo, y referirse a clanes o a tribus. En la genealogía de Jesús, la cadena de los patriarcas (vv. 1-6) coincide con la que se reseña en 1 Cro 2,1-15, y la de los reyes (vv. 6-11), con 1 Cro 3,5-16; los otros antepasados de Jesús (vv. 12-16) no tienen un registro tan claro en el Antiguo Testamento (cfr 1 Cro 2,17-21). También se da un fenómeno singular: el evangelista emplea una misma forma —«engendró»— para enlazar cada eslabón de la genealogía hasta llegar a José. Pero en el v. 16 utiliza una fórmula distinta —«nació», literalmente: «fue engendrado»—, señalando de esa manera la acción de Dios en la concepción virginal de Jesús. Jesús, siendo Hijo de Dios, es Hijo de David a través de José.
En la genealogía se nombran cuatro mujeres: Tamar (cfr Gn 38,1-30), Rahab (cfr Jos 2,1-21; 6,17), la mujer de Urías, Betsabé (cfr 2 S 11,2-27; 12,24), y Rut (cfr Rt 1,1-4,22). Las cuatro eran extranjeras que, de modo sorprendente, se incorporaron a la historia de Israel, es decir, a la historia de la salvación, de la que forman parte hombres y mujeres por igual. En el evangelio de Mateo son un símbolo, entre otros muchos, de que la salvación divina abarca a toda la humanidad.