COMENTARIO

 Lc 3,23-38 

«Tenía Jesús al comenzar unos treinta años» (v. 23). Además del plan divino, pudo haber influido la costumbre judía de su época, según la cual no se ejercía el oficio de maestro hasta haber cumplido los treinta años. Jesús —como Juan Bautista o, antes, Ezequiel (cfr Ez 1,1 y nota)— pudo acomodarse a esa costumbre: «Cuando llegó a la edad perfecta —enseña Santo Tomás de Aquino— en que debía enseñar, hacer milagros y atraer a los hombres hacia Sí, entonces debió ser indicada su divinidad por el Padre, a fin de que su doctrina se hiciera más creíble» (Summa theologiae 3,39,8, ad 3).

Las genealogías recogidas por San Mateo y San Lucas presentan semejanzas y diferencias. Algunas de las diferencias se pueden explicar; para otras sólo contamos con hipótesis. Ambas genealogías acaban en San José como antepasado inmediato del Señor, aunque las dos señalan de una u otra manera que el Patriarca no era el padre carnal de Jesús (v. 23; cfr Mt 1,16). La de Mateo es descendente y comienza en Abrahán, la de Lucas es ascendente y acaba en Adán, aunque ninguna de las dos recoge «todos» los antepasados del Señor. Estas circunstancias también se pueden explicar con facilidad, ya que las genealogías en la Sagrada Escritura no tienen como finalidad ser un mero registro de los ascendientes de una persona, sino señalar su posición étnica y social (cfr nota a Mt 1,1-17). Mateo subraya el carácter mesiánico de Nuestro Señor —llevando la genealogía desde Abrahán y David— y Lucas —llegando hasta Adán— resalta su carácter sacerdotal y su misión como Salvador de todo el género humano. Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, lo hace notar: «San Lucas, no desde el principio, sino después del Bautismo de Cristo, narra la genealogía en orden ascendente, como señalando al Sacerdote que expía los pecados en el momento en que Juan Bautista dio testimonio de Él diciendo: He aquí el que quita los pecados del mundo. Y, ascendiendo por Abrahán llega hasta Dios, con quien nos reconciliamos, una vez limpios y purificados» (Summa theologiae 3,31,3 ad 3).

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