COMENTARIO

 Mt 4,12-17 

Jesús hace de Cafarnaún el centro de su actividad (v. 13). Esta ciudad costera del mar de Galilea puede ser casi el prototipo de la región: rica en recursos naturales, en el centro de rutas comerciales, constaba de una población mixta, en la que tal vez sólo la tercera parte era judía. El episodio del centurión (8,5-13; cfr Lc 7,1-10; Jn 4,46-53) nos invita a pensar en una convivencia pacífica entre las diversas razas y culturas. La región, mencionada con diversas referencias (v. 15), fue invadida por los asirios en tiempos de Isaías, hacia los años 734-721 a.C., y quedó devastada y maltratada. Parte de su población hebrea fue deportada, mientras que otros grupos fueron traídos del extranjero para colonizarla. Por eso, en la Biblia se le suele llamar «Galilea de los gentiles». Esa tierra —subraya el evangelista— ha sido la primera en recibir la luz de la salvación y la predicación del Mesías. Así se cumplen las profecías (cfr Is 8,23-9,1).

Ante la cercanía del Reino de los Cielos (cfr nota a 3,1-12), la predicación de Jesús es una llamada urgente a la «conversión» (v. 17). Muchas versiones traducen «convertíos» por «haced penitencia», porque ahí se encuentra el sentido más hondo de la conversión: «Penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido hacer penitencia se completa con dar frutos dignos de penitencia; toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa (…) el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo» (S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 4).

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