COMENTARIO
Estos versículos iluminan el gesto de Jesús de llamar a los pecadores. Jesús trae un modo nuevo de relación con Dios que implica una regeneración total. Su espíritu es demasiado nuevo y pujante para ser amoldado a las viejas formas, cuya vigencia caducaba.
Nuestro Señor no suprimió el ayuno, sino que, frente a la complicadísima casuística de la época que ahogaba la sencillez de la verdadera piedad, apuntó a la simplicidad de corazón (cfr 6,1-18 y nota). Jesús dice expresamente que sus discípulos «ya ayunarán» (v. 15). Será la Iglesia la que concretará en cada época, con los poderes que Dios le ha dado, las formas de ayuno, según el espíritu del Señor. San Agustín comenta: «Ésta es la causa de que ayunemos antes de la solemnidad de la Pasión del Señor y de que abandonemos el ayuno durante los cincuenta días siguientes. Todo el que ayuna como es debido, o bien busca humillar su alma, desde una fe no fingida, con el gemido de la oración y la mortificación corporal, o bien deja de lado el placer carnal hasta pasar hambre y sed, porque movido por alguna carencia espiritual su mirada está puesta en el goce de la verdad y la sabiduría. De ambas clases de ayuno habló el Señor cuando le preguntaron por qué sus discípulos no ayunaban. (…) Así pues, una vez que se nos ha quitado el esposo, nosotros, sus hijos, tenemos que llorar. (…) Nuestro llanto es justo si ardemos en deseos de verle» (Sermones 210,4).