COMENTARIO
Con estas dos parábolas se refiere el Señor al rechazo de Israel a su Dios y a la decisión divina de crear un nuevo pueblo (v. 43).
La parábola de los dos hijos sólo viene recogida en Mateo y subraya la necesidad de la conversión (v. 32): Israel es como el hijo que dijo «sí» a Dios pero luego no creyó y no dio frutos (cfr v. 30), como los fariseos que «dicen pero no hacen» (23,3). En cambio, los pecadores dicen «no» a las obras de la Ley con su conducta, pero se convierten ante los signos de Dios (v. 32), cumplen la voluntad del Padre y entran en el Reino de Dios (v. 31). El Señor señala tres jalones en el camino (v. 32) que lleva a la fe: ver, arrepentirse y creer. «Cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios. Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría. (…) Si entiendes todo esto y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe y el temor de Dios han de tener la absoluta preferencia de tu corazón, y entonces entenderás todo esto» (S. Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 1,7).
La parábola de los viñadores homicidas es como un compendio de la historia de la salvación (cfr nota a Mc 12,1-12). Comienza con una evocación implícita de Is 5,1-7, donde se comparaba a Israel con una viña que, pese a todos los cuidados divinos, en vez de dar frutos había dado agrazones; de ahí que el Señor vaya a destruirla. En el contexto en que Jesús pronunció la parábola y en el que vivían poco después los evangelistas, es fácil ver su alegoría: los viñadores, encargados por Dios del cuidado de su pueblo, simbolizan a las clases dirigentes de Israel. Dios había enviado en diversos tiempos a los profetas, que no habían recogido el fruto, sino que fueron maltratados o muertos (cfr 2 Cro 24,21). Finalmente, Dios ha enviado a su Hijo Único, Jesús. Así se indica la diferencia entre Jesús, el Hijo, y los profetas, no más que siervos. Pero también a Éste se disponen a matarlo, fuera de la viña, esto es, de Jerusalén. Es lógico el castigo de Dios. Mateo es el único evangelista que al narrar la parábola habla de que la viña se entregará a «un pueblo que rinda sus frutos» (v. 43), aludiendo a la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios.