COMENTARIO
El segundo día de la semana Jesús realiza otros signos reveladores de su carácter de Mesías Salvador: en el Templo, con sus acciones aparentemente violentas, cumple las profecías según las cuales éste tenía que ser purificado (Ml 3,1-5; Za 14,21) para ser lugar de oración para todas las gentes (Is 56,7).
El episodio está enmarcado en otro que le es afín: la maldición de la higuera. Con un gesto simbólico semejante al que realizaron los profetas (Jr 19,1-13; Ez 4,1-3; 5,1-6; etc.), Jesús indica que Israel, como aquella higuera, no ha dado los frutos que Dios esperaba (cfr 12,1-12); Él había venido a los suyos, al pueblo judío, con hambre de encontrar frutos de santidad y buenas obras, pero no encontró sino prácticas externas, que, al no tener su correspondiente fruto, se quedaban en mera hojarasca. La destrucción del Templo (cfr 13,2) se inscribe así como un episodio significativo de la purificación necesaria. El culto externo sin la adecuada disposición interior es también una tentación para todos: «También tú, si no quieres ser condenado por Cristo, (…) debes guardarte de ser árbol estéril, para poder ofrecer a Jesús, que se ha hecho pobre, el fruto de piedad que necesita» (S. Beda, In Marci Evangelium, ad loc.).
Como ocurre tantas veces en el evangelio, el episodio se completa con una enseñanza de Jesús a sus discípulos; esta vez sobre el poder de la oración (vv. 20-25). Condición de la oración es la caridad (v. 25): presentarse ante Dios supone excluir el rencor y cualquier actitud indigna de Dios. Pero, cumplida esta condición, Jesús nos enseña que hay un compromiso expreso por parte del Señor para atender la oración de sus hijos hecha con fe: ni la indignidad personal ni el hecho de que Dios conoce nuestras necesidades deben ser excusa para dejar de acudir a Él con confianza: «¡Oh Señor mío!, ¿por ventura será mejor callar con mis necesidades esperando que Vos las remediéis? No, por cierto; que Vos, Señor mío y deleite mío, sabiendo las muchas que habían de ser y el alivio que nos es contarlas a Vos, decís que os pidamos y que no dejaréis de dar» (Sta. Teresa de Jesús, Exclamaciones 5). cfr notas a Mt 6,1-8 y 7,1-12.
Muchos manuscritos añaden (v. 26): «Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados», tomándolo tal vez de Mt 6,15.